Los cinco pétalos violetas de la flor denominada No me olvides --elegida por el centenario del genocidio armenio--, simbolizan los cinco continentes donde refugiados de este país encontraron asilo tras el holocausto sufrido a manos de los turcos. Esta nación del Cáucaso sur, con poco más de 3 millones de habitantes, tiene repartidos por el mundo unos 15 millones de ciudadanos. Hoy, 24 de abril, se cumple un siglo de aquel exterminio en manos de los Jóvenes Turcos, grupo político que pretendía erradicar a la población armenia de todo el imperio otomano. Ocurrió entre los años 1915 y 1923.

El Papa Francisco, el pasado 12 de abril, en la misa oficiada en el Vaticano en memoria de los mártires armenios, pidió al mundo que reconociera dicha masacre como el primer genocidio del mundo. El pasado está presente en el círculo central de esta flor porque fueron más de un millón y medio los asesinados.

Los historiadores han insistido en recalcar que la impunidad de los autores ha impidido que sea tomado como un hecho del pasado. Dicen que esta barbarie contra los armenios no ha dejado nunca de suceder y que se viene repitiendo puesto que no se ha hecho justicia. Las heridas siguen abiertas, por tanto, y los daños no han sido reparados. En este sentido, los rayos lilas de la flor No me olvides que salen del círculo central representan el presente y una idea unificada del sentimiento armenio.

DOLOR FAMILIAR Un matrimonio armenio que vive en Mijas (Málaga) ha pasado por Córdoba y ha narrado los sentimientos que tiene respecto a esta conmemoración. Son Tigrán Bakhshyan y Lilit Sargsyan, portavoces del estado de ánimo del pueblo armenio. Manifiestan que cada vez que llega el 24 de abril sienten un fuerte dolor en su corazón, que al mismo tiempo une a los armenios que viven fuera de su país. Buscan justicia ante esta efeméride, y, "como buenos cristianos", no guardan rencor a Turquía.

Por otro lado, Tigrán y Lilit piden que el Parlamento andaluz, como ha hecho recientemente el País Vasco, reconozca este genocidio. Afirman que "los compatriotas que fenecieron eran como nosotros, familias felices, con sus trabajos y sus ilusiones y se las cortaron de raíz". Bakhshyan y Sargsyan afirman sentirse halagados por las palabras del Papa Francisco cuando dijo "que no puedo mentir" ante este holocausto.

Esta familia se siente muy bien integrada en España, hasta tal punto de que han sido padres de dos niñas. El matrimonio armenio, como otros muchos más en Andalucía, mantiene contacto diario con su familia de Armenia, un país que sigue sufriendo este intenso dolor, puesto que el exterminio no solo pretendió la eliminación física de las víctimas, sino que también trató de borrar la simbología y la cultura del pueblo armenio como tal. Se destruyeron monumentos, iglesias, inscripciones y se prohibió hasta el idioma. Comenta que "hay países que, debido a que mantienen relaciones comerciales con Turquía, no reconocen esta masacre". Pero los tiempos avanzan como la cultura general de los pueblos.

Añade este súbdito armenio que los sentimientos, la verdad y el dolor deben ser fuertes y ganar la batalla a los intereses económicos. Por ello, su recuerdo y reclamo no se cierne contra los turcos sino "contra los políticos que no quieren reconocer este genocidio". A Tigrán le gustaría que existieran buenas relaciones entre turcos y armenios, y que se abrieran las fronteras, "siempre con una manera democrática y legal" --aclara--. Desea que lo ocurrido se extienda a todos los rincones el mundo. En cierto modo espera que Barak Obama, presidente de los Estados Unidos, también reivindique este genocidio, como prometió en su programa electoral, "algo que para el pueblo armenio sería un nuevo paso conseguido al tratarse del país más importante del mundo", como ya ha hecho el Parlamento Europeo, que aprobó el pasado 16 de abril una resolución que exige a las autoridades turcas reconocer el primer genocidio del siglo XX.

Por ello, los armenios que viven fuera reclaman que se reconozca este pasado, "ya que si lo olvidamos, no tendremos futuro y estamos condenados a que se vuelva a repetir", comenta Tigrán, que ya lleva once años viviendo en España y se siente como un ciudadano más, aunque su corazón resuma a diario nostalgia de su país, al que vuelve siempre que puede, al menos una vez al año. La corona amarilla que rodea el círculo central negro de esta flor simbólica representa los doce bloques que conforman el monumento de Dzidzernagapert y se debe a la luz del sol. Sin duda, una llama que sigue viva con la esperanza de que el mensaje de paz cale en el mundo.