Es temprano, pero la actividad en la portería es frenética. Los mayores se acuestan temprano y no son aficionados a dormir más de la cuenta, así que cada día desde primera hora, andan de arriba para abajo haciendo recados o reclamando la asistencia de Pedro, el encargado de mantenimiento, un manitas capaz de arreglar cualquier cosa a quien no le falta faena. El edificio llama la atención desde fuera. De planta circular en torno a un patio central, en la planta baja ofrece servicio de guardería, cafetería y un centro municipal de mayores abierto al barrio y pensado para complementar la actividad de los habitantes de esta miniciudad gobernada por los mayores que la habitan. 300 personas, entre parejas, hombres solos y sobre todo mujeres viudas o separadas habitan en los minipisos de Vimcorsa donde pagan una renta mensual media de entre 150 y 220 euros. La mayoría cuenta con ingresos de 800 o 900 euros aunque una minoría vive con pagas no contributivas. Los seis bloques albergan 155 minipisos construidos hace 4 años en un modelo residencial a caballo entre una vivienda independiente y una residencia de mayores. Una fórmula de éxito para la que hay lista de espera.

A las 12 del mediodía, Mercedes y Lucía se encuentran en el patio comprando el pan a Juan José, que visita el lugar cargado con todo tipo de productos. «Llevo tortas, milojas, pan de distintos tipos y hasta naranjas», explica simpático, «aquí me compran mucho, nos llevamos bien». Mercedes y Lucía son dos viudas que viven «divinamente» en su minipiso. «De aquí no me echan ni con agua caliente», grita Mercedes mientras ríe a carcajadas. «Los pisos están muy bien y, si se te rompe algo, llamas para que te lo arreglen, yo no tengo edad para subirme a una escalera», explica mientras Lucía le responde «esto está muy bien». A su lado, otra señora llega con ganas de charla y apostilla: «Sí, pero también tiene sus cosas malas». Nada más decir eso, se abre la caja de Pandora de las deficiencias y se forma un corrillo. «Debería haber bidet en los baños, ¿cómo se les ha olvidado una cosa así?», se pregunta una. «Y luego está lo de los perros, aquí hay gente hasta con tres perros en el piso que dan una lata...», comenta un señor. Entre pregunta y pregunta, surge el tema de los romances entre vecinos y asienten con la cabeza. «Claro que hay líos, hay viejos que se juntan, se pelean y otros que pasamos de jaleos».

En esas estamos cuando llega al patio Rafael Ibáñez, el gerente de Vimcorsa, y los vecinos, sobre todo vecinas, se aproximan a él para recordarle los asuntos pendientes. «Esto no es nada», comenta Ibáñez, «aquí son todos supercríticos, muy guerreros, y siempre hacen sugerencias de lo que se puede mejorar, pero está muy bien, tienen mucha energía», bromea sonriente. Esa mañana ha quedado con los representantes de los seis bloques para hablar de la cafetería, cuya adjudicataria deja próximamente el negocio alegando falta de actividad. «Muchos vienen y se pasan la mañana entera con un café y un vaso de agua», explican desde la empresa, «y la gente de fuera solo entra los días de mercadillo cuando esto se desborda». Los mayores, por su parte, se quejan de que es caro para ellos.

Vimcorsa trabaja ahora en un pliego de condiciones que saldrá en breve. En la reunión de representantes, hay mayoría aplastante de mujeres, pero el único hombre acapara la conversación. «Lo dejamos hablar hasta que se cansa y luego rematamos nosotras», dice una con guasa. Reclaman un vigilante «con porra» toda la noche y se quejan porque el descampado cercano, donde pronto se construirá un nuevo edificio de minipisos, se llena los fines de semana de jóvenes haciendo botellón. «A veces, saltan al patio», comentan indignados, «estamos vendidos». El asunto queda pendiente. Luego debaten la conveniencia de organizar una fiesta de Nochevieja en alguno de los locales para los que se queden en casa. «Yo sé de unas cuantas parejas que irían», dice una, «no hace falta bar, cada uno que baje algo de comer, ponemos música y se compran botellas», responde otra, convencida del éxito de la convocatoria, «hacemos un sondeo y vemos cuántos somos». En el círculo que conforma el edificio, hay quien se lleva bien y quien se lleva a matar. «Del amor al odio, hay un paso», aseguran. Pese a todo, prima la solidaridad. «Puedes pensar que una persona es una harpía, pero que no le pase nada porque salimos todos a defenderla».

El centro de mayores adyacente es un tema espinoso. En las últimas elecciones se abrió un cisma entre dos candidaturas. Algunos hablan hasta de «tongo». José Muñoz, Ángela Bermejo y Antonio Díaz, director, vocal y secretario actuales, abren la puerta y explican que todas las salas están vacías porque es festivo. «Hay más de 1.300 socios del barrio que vienen a memoria, autoestima, costura, pintura o informática», comentan, aunque la actividad estrella es el bingo y el dominó. La candidatura alternativa, la actual oposición, liderada por mujeres, cree que «está vacío porque quienes lo dirigen no tienen iniciativa». Se quejan de que no hay baile los fines de semana y de que el espacio se usa como «cortijo» de alguno. Mejor dejar el tema porque salen chispas.

Carmen, una de las representantes vecinales, se ofrece a mostrar su piso. Los pasillos están pintados de colores para orientarse. «Tenemos salón con cocina, una habitación y un baño, ¿para qué más?», dice convencida. Alguien llama a la puerta, es el hijo de la vecina, Juana, una mujer de 90 y tantos años a la que «echa un ojo» de vez en cuando. «No quiere irse a una residencia, dice que aquí está mejor», explica su hijo y se despide. La vida sigue al cerrar la puerta. Vidas grandes que caben en casas pequeñas.

Vimcorsa quiere corregir en el próximo edificio las deficiencias detectadas en éste. «Vamos a construir más trasteros y menos aparcamientos, los mayores llegan con toda una vida a cuestas que no cabe en los apartamentos pero sin coche», explica Ibáñez, «también pondremos un montacargas, no caímos en que un féretro no cabe en los ascensores y no les gusta ver salir a un compañero en una bolsa, pensemos que esa situación es más probable aquí que en otro bloque». ¿Quién iba a pensar en eso?.