El establecimiento de las caballerizas reales en Córdoba viene propiciado por una serie de circunstancias que ponen de manifiesto el protagonismo del caballo en el siglo XVI. La cría caballar aparece unida al estamento nobiliario que se dedica con ahínco a una tarea que lleva aparejada una prestancia social. Prácticamente la totalidad de la aristocracia titulada posee selectas yeguadas y entre las numerosas personas a su servicio no suele faltar el caballerizo. También el nutrido grupo de hijosdalgo notorios que ocupan las veinticuatrías o regidurías del gobierno municipal invierten sus jugosas rentas en la adquisición de selectos equinos, produciéndose en ocasiones una fuerte rivalidad.

Al mismo tiempo, el caballo se convierte en instrumento eficaz de ascenso social para aquellos cordobeses que consiguen una holgada situación económica y pretenden emular a la nobleza local. El caballo es un signo de ostentación que constituye una imagen habitual en el casco urbano. Pruebas significativas vienen dadas por los frecuentes desplazamientos de los regidores montados en briosos ejemplares con motivo de su asistencia a distintas celebraciones o las exhibiciones en las fiestas de toros y juegos de cañas que tienen por escenario la Corredera y gozan de una gran reputación.

El caballo se erige en elemento dinamizador de la economía cordobesa por su estrecha vinculación a los sectores artesanales más pujantes como el cuero, la platería y la fabricación de tejidos de seda. Todos ellos se conjugan en el proceso de elaboración de los jaeces de plata, una manufactura de lujo que podemos admirar en los retratos ecuestres de Velázquez y Rubens.

En los años cuarenta del XVI los plateros Diego Fernández de Córdoba y Juan de Sevilla diseñan en la urbe cordobesa un jaez de plata labrado a lo romano con adornos de oro y esmaltes. El conjunto está formado por cabezada, petral, espuelas y estriberas. En las décadas siguientes se consolida esta actividad artesanal que cubre la demanda de la realeza y alta nobleza de la Villa y Corte. En efecto, el primero de los orfebres atiende los encargos realizados por el mayordomo del malogrado príncipe Carlos y el duque de Osuna a mediados de la década de los sesenta.

Los mencionados factores resultan determinantes en la elección de la ciudad para la instalación de las caballerizas reales. A ellos hay que sumar la decisiva influencia del cortesano cordobés don Diego Fernández de Córdoba, quien sirve a Felipe II durante un largo período de tiempo y ejerce las funciones de caballerizo real. Este ascendiente viene confirmado por el hecho de que el propio monarca sea el padrino de bautizo de su hijo. La fundación de las caballerizas se pone en marcha en noviembre de 1567 con el objetivo de lograr una nueva raza de caballo, tarea encomendada a don Diego López de Haro. La construcción de las dependencias se inicia al año siguiente bajo la dirección de Juan Coronado, cuya trayectoria profesional se desarrolla en el último tercio del XVI.

El establecimiento de este organismo real lleva consigo un innegable prestigio para la ciudad y potencia todavía más las iniciativas y actividades vinculadas al mundo del caballo. Al frente permanece López de Haro hasta su muerte en 1599, logrando llevar a buen puerto la misión encomendada. Le suceden Juan Jerónimo Tinti y Alonso Carrillo Lasso, y a partir de 1626 el cargo de caballerizo queda vinculado a los titulares del marquesado del Carpio, quienes nombran tenientes de caballerizo a miembros de la aristocracia local de su confianza.

En el organigrama de las caballerizas se incorporan otros estratos sociales que desempeñan funciones de carácter administrativo y oficios especializados como los de picador, domador y frenero. Por último, inmigrantes gallegos, extremeños y de diferentes puntos de la geografía castellana los encontramos de yegüeros y mozos de cuadras.

Las caballerizas acrecientan la importancia de la manufactura de los jaeces de plata que tienen en la Corte un buen mercado. Documentamos encargos realizados por Felipe II y nobles cordobeses residentes en Madrid que desempeñan los oficios de caballerizos de la familia real.

Finalmente la imagen de la ciudad se proyecta al exterior gracias a las caballerizas reales. Junto a la Mezquita-Catedral, es el edificio que despierta la admiración de visitantes nacionales y extranjeros. El nuncio Borghese, en su viaje realizado en 1594, señala "en Córdoba ver la caballería del Rey, la iglesia mayor y dos leguas de la ciudad la casa de las yeguas del Rey".