El consumo habitual de alcohol, aunque sea en dosis mínimas, provoca efectos negativos en todo el organismo. Origina que los hematíes sean más grandes de lo normal, lo que provoca a su vez una anemia secundaria. También puede causar daño hepático secundario y deterioro cognitivo y psicológico. «Las personas que beben se deprimen. Como están tristes beben y beben para tratar de alegrarse, entrando en un círculo vicioso que requiere de asistencia psiquiátrica por parte de Salud Mental. Estas personas se van deteriorando, lo que afecta a sus relaciones sociales, familiares y llegan a tener doble personalidad. También sufren un daño neurológico, con temblores cuando no consumen, deterioro de los nervios periféricos, dolor errático sin motivo aparente, alteración del conocimiento o del razonamiento lógico. Además, se pueden volver muy celosas y violentas», apuntó el médico Román Fernández.

A nivel cardiológico, el alcohol provoca que el corazón lata más deprisa, lo que puede derivar en una miocardiopatía dilatada, y la función renal se puede, a su vez, ver dañada si se inflama el riñón y, como consecuencia de la acumulación de urea, se intoxica el cerebro, pudiendo causar una encefalopatía. Desde el punto de vista digestivo, cada vez que se ingiere alcohol se produce una gastritis erosiva, inflamación del estómago, más acusada si este órgano está vacío, lo que puede destruir la mucosa gástrica, desarrollando úlceras o esofagitis.

Por otra parte, los pulmones también se ven afectados por el alcohol, teniendo en cuenta que el 80% de los bebedores también fuman, lo que puede acabar en Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica (EPOC) o hipertensión pulmonar. Incluso, la faceta sexual se ve alterada, pues aunque el alcohol cause un efecto excitante durante la primera hora de haber tomado una unidad de alcohol y desinhibe, con posterioridad todas las funciones del cuerpo se deprimen, incluida la sexual, pudiendo causar impotencia en el hombre y frigidez en la mujer.