Hubo un tiempo en que las Hermandades del Trabajo fueron casi el único instrumento de promoción social del trabajador en la Córdoba de los años cincuenta y sesenta. Llegaron a ser unos 2.000 los afiliados, con sus respectivas familias. "Y todo aquel boom vino a raíz de la inauguración del Fontanar, seamos sinceros", reconoce Carlos Romero.

Y es que los veranos de Córdoba cuando no existían las parcelas --legales o no--, y las piscinas privadas eran algo tan inalcanzable que ni siquiera entraban en el deseo del pueblo llano, no se entenderían sin la residencia de Cerro Muriano de las Hermandades y, sobre todo, sin las instalaciones deportivas del Fontanar, inauguradas en 1968.

"En Córdoba solo existía para bañarse la piscina del Palace y un albercón que había por la Residencia antigua --recuerda el padre Carlos Romero--. Y el río, claro. Conseguimos que el ente nacional se volcara en nuestro plan, que era muy costoso. Entre el terreno y la obra pasaría de los 40 millones de pesetas de entonces". Optaron por construir la piscina en la finca El Fontanar de Cabano, junto al nuevo hospital que entonces se edificaba. "Y tuvimos la osadía de encargar el proyecto nada menos que a Rafael de la Hoz y Gerardo Olivares, que hicieron una virguería --comenta--. ¿No tenían derecho los trabajadores a tener unas instalaciones como las de los ricos? Queríamos dar un servicio a las familias, por eso oponiéndonos a la jerarquía nacional nos negamos a hacer una piscina para hombres y otra para mujeres. Luego se fue desvirtuando el propósito inicial, porque ya entraba gente que a lo mejor no se merecía aquel esfuerzo".

El cierre del Fontanar, en el 2003, le supuso uno de los momentos más amargos de su vida. Lo peor fue despedir a los 28 empleados. "Nos vimos obligados no solo a cerrar sino a vender la mitad del terreno por un pleito con el Ayuntamiento --lamenta--. Se empeñó en que teníamos que pagar el IBI, y la tontería suponía unos once millones de pesetas sobre unos cálculos que no sabíamos de dónde sacaban; fuimos a pleito y lo perdimos. Hubo que pagar y como no teníamos dinero Madrid tuvo que hacer la operación lastimosa de vender. Recurrimos y el TSJA falló a nuestro favor. El Ayuntamiento nos devolvió lo pagado con intereses, pero a la vuelta de seis años, cuando aquello ya no valía lo mismo, y buena parte de lo cobrado fue para indemnizar al personal despedido". Luego, se ha intentado reconstruir el Fontanar varias veces, pero no ha habido forma ni fondos. "Hace dos años hicimos la quijotá de abrir una piscinita, pero fue ruinoso. Hoy no existe la necesidad de los años sesenta", concluye.

Entonces las diversiones de las noches estivales se reducían a los cines de verano o a charlas entre vecinos, sentados en sillas de anea a las puertas de las casas. "Eran veranos de mucho perol los sábados por la noche, durmiendo en el campo. Otros cogían un botijo y se iban a Cádiz o Málaga en aquellos trenes famosos. No es una descripción costumbrista clásica, esa era la realidad". Otros tiempos, otra Córdoba.