Aprender a entender el mundo desde el silencio. Ese es el reto de las personas sordas que como Ana María Sánchez traducen a diario la vida con la fuerza de las palabras que reproducen con sus manos.

Quedo con ella en la Asociación Provincial de Personas Sordas, donde una intérprete, Sonia, hace de puente entre las dos. Ana María no siempre fue sorda. Nació oyente y de muy pequeña, según recuerda, "no paraba de hablar y de cantar, me ponían sobre una mesa y me arrancaba con flamenco, incluso cantaba villancicos en la radio del pueblo, era muy simpática". Con tres años, sufrió unas fuertes fiebres fruto de un sarampión que obligó a inyectarle muchos antibióticos, lo que le cambió el carácter y la convirtió en una niña desobediente. Al menos, eso fue lo que sus padres pensaron durante algún tiempo porque de un día para otro dejó de atender cuando se le hablaba. Una visita al médico desveló el problema. "Aquellas fiebres habían dejado completamente sorda a Ana María".

En lugar de ir al colegio a los seis años, como el resto de niños, sus padres contrataron a un logopeda con el que Ana María aprendió durante cuatro años a leer los labios y a hablar lo suficiente para hacerse entender. Empezó a ir al colegio con 8 años y nunca tuvo consciencia de ser diferente. "Yo no me daba cuenta, hablaba mucho y era muy sociable y abierta, así que nunca sentí complejos". Tenía por costumbre sentarse en primera fila, desde donde se esforzaba por leer los labios a la profesora. "En los dictados, era la única que se mantenía erguida viéndola gesticular y tenía muy buena ortografía", recuerda, "lo más complicado eran las matemáticas, porque son cosas abstractas, o distinguir sonidos como la m o la p". Cuando tenía doce años, toda la familia se trasladó a Córdoba y ella fue inscrita en el colegio provincial de sordos, donde por primera vez tuvo acceso al lenguaje de signos, lengua que nadie de su familia conocía. "Aquello fue un descubrimiento para mí, por primera vez podía entender bien el significado de las palabras, sentí mucha felicidad al poder comunicarme con otros niños sordos como yo".

Aunque ahora está en el paro, recalca que ha cotizado 32 años trabajando en una joyería, como perforista. "He sido una afortunada, nunca me he sentido discriminada en el trabajo, me han tratado con respeto y de una forma u otra nos hemos entendido".

Conoció a su marido, también sordo, en la asociación. "Empezamos a salir juntos hace 37 años, él estaba en el equipo de fútbol y yo en baloncesto, empezamos a salir, nos enamoramos y hasta hoy". Padres de una hija de 25 años, oyente y bilingüe (oral y lengua de signos), reconoce que han vivido situaciones complicadas cuando no han tenido un intérprete de signos cerca. "Para ir al médico, registrar a la niña en el colegio o reservar un viaje, necesitábamos tener a alguien cerca que nos tradujera porque si no, no nos enterábamos de nada, y nunca quisimos usar a la niña para eso". Ana María, que subraya el avance que han supuesto las nuevas tecnologías, aprovecha para criticar el efecto de los recortes. "Hasta hace dos años, había un servicio de intérprete de 24 horas para atender emergencias como un accidente, un parto... Nadie imagina lo difícil que son ciertas circunstancias cuando nadie te entiende. Pero eso ha sido suprimido y ahora solo hay 3 personas a media jornada para toda la provincia, lo cual es claramente insuficiente, ya que hay unas 3.000 personas sordas en Córdoba".