«Uf, más que Indiana Jones parece su abuelo», comentaba ayer decepcionada una señora en la puerta del Caballo Rojo al ver salir del restaurante al mismísimo Harrison Ford delgado, cabizbajo, malhumorado y con la melena blanca sudada, evitando cámaras y sin regalar a su público ni una sonrisita de medio lado. «Si no me dicen que es él, ni me entero», aseguraba una joven a su lado. Al parecer, Harri (como, en confianza, lo llamaban ayer los cordobeses que le pedían un selfie) pensó que podría pasar desapercibido por Córdoba con su mujer, Calixta Flockhart (Ally Mcbeal para teleadictos) con el viejo truco de no lavarse el pelo. Que despistaría a los fotógrafos cambiando a Xiuaca por Calixta o que no nos daríamos cuenta de que era él si no traía el látigo de Indiana Jones en la mano. Pero la misión fue imposible. En Córdoba somos tan cotillas como en el resto del mundo. Nada como una nube de policías de escolta y un cochazo de cristales sospechosamente ahumados para ser discretos. Incapaces de conseguir el anonimato, Harri se encontró con Ally en la Mezquita, el templo de Córdoba y, rodeados de curiosos, aguantaron las cámaras apuntándoles a ellos y no a los arcos de medio punto hasta que el clero intervino para rescatarlos de los flashes y darles la paz que necesitaban. Superado el sofocón, se refugiaron en El Caballo Rojo. Allí no solo fueron a buscarlos un par de fotógrafos y algún plumilla sino un músico del grupo Kalima que, tras recibir 30 euros horas antes en el arco del Triunfo de un hombre canoso y desaliñado, se enteró de quién era y fue a buscarlo para agradecérselo haciéndose una foto con él. Dicen que en el restaurante, almorzaron berenjenas califales y platos de la antigua comida andalusí. Después de comer, Han Solo pidió un puro (quizás no sabía que está prohibido fumar en restaurantes). Me callo de dónde salió aquel puro. A Calixta, delgada como una pavesa, la sacaron por la puerta de atrás para visitar la Sinagoga sin ser vista. Se ve que en la vida real, la intrépida aventurera es ella.