«Gracias a la vida, que nos ha dado tanto». Con versos de Violeta Parra despidió ayer Luisa Jimena a quien ha sido su esposo y compañero, Rafael Sarazá (1933-2016), en el mismo sitio donde 61 años antes se habían prometido. El Santuario de la Fuensanta acogió ayer el funeral por el abogado cordobés --oficiado por Paco Aguilera y concelebrado con catorce sacerdotes más-- y congregó, en cierto sentido, lo que Sarazá ha sido en vida: un excelente abogado, un ciudadano comprometido, un luchador por la libertad, un creyente del Pacem in Terris y un padre ejemplar. Por eso, a los pies del Pocito se dio cita una Córdoba acrisolada, compleja y complementaria, de sindicalistas y políticos (Anguita, García, Mariscal y Bellido), marxistas y cristianos, de vecinos de la Fuensanta y abogados del centro, de clientes agradecidos --«a nosotros nos salvó la vida en todos los sentidos. Y sin pagar», comentaba uno de ellos--, y de familia (la suya, enorme, generosa, en torno a Luisa, sin la que casi nada tendría sentido). «Su despacho siempre estuvo abierto», dijo Aguilera, y así fue, porque su despacho fue la calle. En Radio Córdoba le preguntaron a Pepe Rebollo, exdecano de los abogados: «¿Cree que quedan abogados como él, como Filomeno Aparicio...?» «Quiero pensar que sí», contestó lacónico, como el que expresa un deseo que teme que no se pueda cumplir. Rafael, ahora, ya descansa junto a su hija Ángela.

'Rafael Sarazá, un hombre coherente' (Manuel Fernández)'Rafael Sarazá: el compromiso horizontal' (Octavio Salazar)