Sin toro... Esta es la fiesta moderna. La que se impone desde hace unos años. Cuidados extremos en el caballo, relegando la suerte de varas a un remedo de esta, y mimo, mucho mimo, con la muleta. Así, escasa emoción y toreo aparente. Pero el gran público --por cierto, buena entrada en vista de las de años anteriores con carteles similares-- lo da por bueno. Aplaude a los picadores cuando se limitan a señalar puyazos y premia con orejas a nada que las faenas sean resultonas y, sobre todo, se mate rápido. Hasta ahí las exigencias. Hasta ahí ayer. Porque el encierro de Núñez del Cuvillo fue el prototipo de lo dicho, de la falta de toro, del animal sin fuerzas y muchas veces descastado, y el doble trofeo que conquistó Alejandro Talavante fue, igualmente, ejemplo de lo superficial, de las apariencias.

En eso, precisamente, estuvo el triunfador numérico de la tarde en su primero, el mejor del encierro. Fue este un toro con recorrido, repetidor y de embestida franca, pero el hombre no llegó a exprimirlo nunca. Ahora con la izquierda, ahora con la derecha.Alternando pitones, no llegó a romperse con el animal. Al natural, trazo largo pero sin ajustarse las embestidas. Con la diestra, ligazón pero sin explotar la condición del buen Núñez del Cuvillo. Estético sí, pero sin profundidad. Sobrado de técnica, claro, pero sin suficiente alma. Ventajista también a veces, abusando de la línea recta. Faena, pues, superficial, más en razón al toro. Pero a lo anterior unió un cierre elegante de ayudados y trincherillas, mató a la primera y sumó su primera oreja.

A su segundo, flojo ya en el capote, apenas le pusieron la puya encima. Gracias a eso aguantó hasta llegar a la muleta, donde incluso se vino arriba en los primeros compases. Fue entonces cuando Talavante manejó la diestra por abajo y ajustándose el animal, mucho mejor que en el anterior toro. Pero fue un espejismo. No hubo acople por el izquierdo y, de vuelta al otro pitón. unos muletazos sí y muchos que no. Cierto es que hubo ligazón, pero con el torero por fuera, muy intermitente en el compromiso a la hora de la colocación. Sin embargo, aun sin la unidad ni el cuerpo deseados, faena resultona. Suficiente para sumar otro trofeo. Las exigencias son las que son en la fiesta moderna.

Peor lote tuvo el joven Ginés Marín --que sustituía a Morante de la Puebla, baja por enfermedad--, pero a diferencia de Talavante, al menos, todo lo que hizo estuvo marcado por el gusto, por la torería y el saber estar en su segunda corrida tras tomar la alternativa en Nimes.

Antes de lidiar sus dos ejemplares, ya había interesado y mucho con los quites a segundo y quinto, uno por gaoneras y otro por chicuelinas, ambos muy ajustados. Luego, en su primero, animal noble pero medido de fuerzas, toreo muy elegante y suave. Cuando quiso obligar, el toro perdió las manos, así es que, lo dicho, mimo. Pero también acierto al conseguir naturales de trazo largo, a pesar de que el cuvillo quería quedarse, y ligar derechazos rematados con un cambio por la espalda para abrocharlos con la izquierda. Al fin, en una faena en la que destacaron sobremanera las formas, Marín, también con mucha variedad en los adornos, puso la chispa que le faltó a su oponente. Un pinchazo, sin embargo, lo dejó sin la oreja que sí se llevó en el sexto, otro toro blando con el que se aplicó en el trazo bello y la suavidad antes de un arrimón aparente ante un animal desfondado. Pero eso y que matara a la primera, con una buena estocada, lo dicho, fue suficiente. Sin toro... Que se lo digan a El Juli, en su caso, además, sin apenas ánimo ante el deslucido primero y de trámite con el parado cuarto. Es la fiesta moderna, llamada aún de ¿los toros? H