El pregón del mayo festivo cordobés del 2018 pasará a la historia por su frescura y su modernidad. Lejos del artificio que cabría esperar de un literato, Pablo García Casado hizo ayer un ejercicio de honestidad en el que un hombre de su tiempo, despojado de chovinismo, aportó una visión contemporánea y sin pretensiones de lo que sienten muchos cordobeses de hoy en día sobre las más arraigadas tradiciones del mayo festivo y sobre lo que significa en el siglo XXI eso de «ser cordobés», que va mucho más allá que ser de Córdoba y del Córdoba.

Sin perderse en metáforas ampulosas y en circunloquios infinitos, con un lenguaje ameno y cercano, cargado de alusiones a la vida diaria, García Casado hizo un canto a la vida impregnado en humor. Un pregón con mucho sentido que consiguió algo realmente complicado en estos actos donde los oradores suelen perderse en largas listas de agradecimientos y adjetivos vacíos de contenido, logró no aburrir a nadie y mantener al público atento de principio a fin. Para ello, tiró de repertorio de los años ochenta, de recuerdos de infancia y de referencias a su ADN cordobés, cordobita y cordobesista, pero limpio de esa caspa rancia que a menudo acompaña a estos conceptos. Porque, como él dijo muy bien, «no existe un cordobés prototipo, cada uno es cordobés un poco a su manera».

Podría citar un montón de frases de su pregón que firmaría sin dudar y un montón de recuerdos y lugares comunes expresados por García Casado que juraría comparten la mayoría de los miembros de toda una generación, los cuarentones de hoy.

El pregón de García Casado no fue un pregón convencional, ni falta que hacía. De esos ya ha habido un montón. En su discurso, muy bien hilvanado, habló del mayo festivo cordobés desde otro punto de vista, quién sabe si más o menos mayoritario que el clásico, el mayo cordobés de los que no han crecido en tabernas y sí en «el Código de Barras con Radio Futura», de los que reniegan de las banderas y prefieren dejar los balcones abiertos para que entre el aire, «de los tipos duros de Metallica o Iron Miden que no bailan sevillanas» pero se dejan llevar a las romerías para intentar ligarse a chicas llamadas Montse, de los que probaron el vino fino (que les parecía «algo antiguo a lo que solo cantaban los poetas») tarde y casi a la fuerza, o de los que recuerdan con nostalgia las hamburguesas Uranga y la feria de la Victoria porque fue allí donde despertaron a la vida. Por supuesto, no faltaron brindis por los que no están, como los poetas Pablo García Baena, «quien mejor supo unir lo sagrado y lo profano», o Nacho Montoto, y por los que hacen posible las fiestas aunque no salgan en los papeles, como los que limpian las calles, la Policía, Protección Civil, las abuelas que riegan las macetas o los que preparan los bocadillos que se venden en cruces o casetas. El pregón de ayer fue un pregón inclusivo, personal, original y valiente. O eso me pareció a mí.

Cuando salí, pregunté a algunos clásicos de Córdoba, de los de pañuelo en la solapa, su impresión y fruncieron el ceño contrariados. «Demasiado moderno», dijeron. No pude evitar sonreír y pensar ¡Ya era hora!.

Me quedo con una frase: «Mayo es el tiempo de posponer las citas con los urólogos, los psicólogos y los traumatólogos», de abrir las puertas de la casa, de «vivir y dejar vivir, cada uno como quiere». Pablo García Casado lo dijo más bonito. O más feo. Para gustos, las flores.