Con algo menos de media entrada en los tendidos, la plaza de Los Califas ha vuelto a abrir sus puertas para celebrar la segunda corrida de la feria taurina. Los matadores Enrique Ponce, Finito de Córdoba y Cayetano acaban de hacer el paseíllo. Los toros que se lidian esta tarde pertenecen a Juan Pedro Domecq. Se ha guardado un minuto de silencio en recuerdo de Cristóbal Molina 'Minuto', el subalterno que puso el primer par de banderillas el día de la inauguración de Los Califas y que falleció el pasado mes de febrero.

Enrique Ponce ha escuchado la primera ovación de la tarde. El que ha abierto la corrida ha sido un animal noble pero medida de fuerzas al que ha realizado una faena de más a menos, como el toro. Labor resultona aunque ha tenido muchos tiempos muertos y le ha faltado continuidad. El público ha llegado a pedirle la oreja.

Los trofeos le han llegado, en cambio, en el cuarto. Dos orejas que le abrirán la puerta grande tras una labor muy completa con el capote y la muleta. Ponce ha sabido llevar al toro muy cosido al trapo e imprimir mucho temple. Además, el cierre de faena ha tenido mucha variedad. La ligazón y la elegancia han sido las mayores virtudes.

En el segundo, Finito ha dejado buenas verónicas y una faena de muleta con pasajes interesantes, aunque no ha terminado de despegar la labor con un toro que ha ido apagándose a pasos agigantados, hasta el punto de terminar encerrado en tablas. El público ha ovacionado al torero.

El quinto no ha servido. Ha sido un toro muy parado con el que Finito ha estado voluntarioso aunque sin poder llegar a montar faena. Ha escuchado palmas.

Cayetano, que se ha prodigado mucho con el capote, ha estado fácil y, por momentos, superficial con el tercero de la tarde. Ha habido continuidad en las series pero también poco ajuste. Ha sido premiado con una ovación.

En el sexto, lidiado como sobrero por la invalidez del titular, Cayetano no ha terminado de calar ante un toro soso con el que tampoco él ha puesto el alma necesaria. Lo mejor, sin duda, la estocada, en todo lo alto y contundente que le ha puesto una oreja en sus manos.