Entre los turistas, como en cualquier colectivo humano, hay de todo, personas respetuosas, amables, capaces de reconocer la belleza a su alrededor y de hacerlo sin causar daño, y personas que van por el mundo como el caballo de Atila, destrozando todo lo que encuentran a su paso. Muchas de las personas del primer grupo se mimetizan con las segundas cuando van en grupo, algo que se hace especialmente visible en fiestas como los patios de Córdoba. La ruta de la Judería, que aglutina a una docena de recintos aunque solo cuatro son casas particulares, es una de las mayores damnificadas por este fenómeno, al ser una de las principales receptoras junto con la zona de el Alcázar Viejo de grupos organizados de turistas. Aunque en ningún caso esté justificado causar el más mínimo daño al mobiliario o las macetas, resulta más hiriente responder así a la generosidad de una familia que abre de forma gratuita las puertas de su casa.

Basilia, de Judíos 6, lo sabe bien. Ayer por la mañana ya sumaba cuatro macetas rotas. «Es que muchos vienen mirando al suelo o al móvil y no miran por dónde van», asegura sin perder la calma mientras recoge los trozos de un tiesto. «El domingo me rompieron uno de los picos de la fuente (emblema de su patio, al que algunos lanzan monedas mientras piden un deseo) y cuando fui a quejarme me dijeron de todo menos bonito, así que al final tuve que darme un punto en la boca». Pese a los achaques que este año la han tenido un poco pachucha, se resiste a renunciar a la alegría que le produce preparar el patio para el concurso, plagado de macetas de color rojo. «Yo abro porque me gusta recibir a la gente, pero a veces las aglomeraciones tienen estos percances», comenta serena, «¿qué se le va a hacer?».

En esta zona, muchos turistas completan su recorrido por los principales monumentos de la Judería con la visita a algunos patios, sin embargo, muchos no distinguen cuáles son casas particulares y cuáles instituciones oficiales. Más que en el resto, esta ruta deja ver el contraste entre la esencia del patio popular, familiar y habitado, y el institucional. La casa de Basilia, pese a que concursa en arquitectura moderna por una reforma reciente, está llena de elementos centenarios. Este año, su planta carnívora está siendo la atracción. «No se ve en muchas casas, así que todo el mundo me pregunta por ella», afirma.

Otra casa que exhala historia por sus poros es la de Céspedes 10, si bien a simple vista puede llevar a engaño. Para que no quepa duda, los hermanos Torrealba recuerdan en un azulejo que el inmueble data de 1768. El patio es ejemplo claro de un recinto que luce tal y como se puede ver un día cualquiera, sin aditivos, a diferencia de otros que se recargan para el concurso. De tamaño medio, se puede visitar habitualmente sin esperar demasiada cola, lo cual es un punto a su favor en esta zona.

También es raro, por sus dimensiones, hacer cola en Martínez Rücker 1, que pasa desapercibido a muchos turistas por encontrarse el acceso situado al final de una calleja. Al frente del patio se encontraba ayer Manolo que, según su relato, lleva más de cuatro décadas viviendo en la casa y que disfruta charlando y guiando a las visitas. «Muchos no lo saben, pero esta casa es la más antigua de las del concurso porque data del siglo XV», explica. Las buganvillas de la entrada, enmarcadas en un entorno singular, con detalles de decoración de última generación, dan paso a un patio rodeado por un pórtico que incluye todos los elementos típicos de un patio cordobés, desde el pozo a la escalera, el suelo de chino o las mil y una macetas, en este caso, pintadas de verde. Un tesoro oculto el resto del año. Igual que el que esconde Encarnación 11, pequeño y coqueto, su buganvilla tiene una especial presencia en el agua de la fuente. Por sus dimensiones, casi siempre tiene cola en la puerta. Mientras esperan, no olviden mirar arriba para ver los balcones rosados de la casa.