Ganado: cinco toros de Daniel Ruiz y uno de Ganadería Virgen María -lidiado en segundo lugar como sobrero, en sustitución de uno del hierro titular que se partió un pitón-, justos de presentación y escasos de juego por su falta de fuerzas.

Enrique Ponce: pinchazo y estocada (silencio), y pinchazo y estocada desprendida (una oreja).

Julián López 'El Juli': dos pinchazos y estocada trasera (ovación), y media y tres descabellos (silencio).

Ginés Marín: estocada (una oreja), y estocada casi entera muy trasera (ovación).

Cuadrillas: buenos pares de José María Soler en el quinto.

Plaza: media entrada en tarde de nubes y claros.

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Otra tarde de toros sin toros. Una más. Y van... Así se cuece en la fiesta que languidece. Las crónicas se repiten. El toreo se estandariza, todo bajo el mismo patrón. La emoción... ¡Ay, la emoción! Sin toro no hay fiesta. Cuántas veces la misma frase. Cuántas veces la misma cantinela. Pero no hay secreto. Ayer fueron los de Daniel Ruiz. Más de lo mismo. El medio toro. La tauromaquia moderna. Adiós a la suerte de varas. Hola a los aplausos a los minipuyazos. Que el toro no se caiga y que la espada entre a la primera. Poco más exige el público. Es lo que hay. No va más. Es la corrida de toros sin toros. La del mimo y el cuidado. La de toreros a los que se valora por su capacidad para sostener animales en pie, para llevar sin molestar, conducir sin obligar... Es la fiesta moderna. La de los toros sin toro. Aquella en la que las orejas maquillan resultados, pero no engañan. Ya saben lo del algodón... Y un trofeo se llevó Ponce. Y otro Ginés Marín. Pero pasó la tarde y pasó la corrida. Y poco pasó.

El propio Enrique Ponce, dominador absoluto de este tipo de cuadro gracias a su espléndida fórmula de técnica, temple y elegancia, se estrelló con el que abrió plaza, un ejemplar inválido con el que no llegó ni a estirarse de capa antes de que perdiera las manos. Imaginénse ya en la muleta. El animal no aguantaba ni pasándolo a media altura. El maestro se fue a por la espada sin más. No era para menos.

En el cuarto, en cambio, otro de Daniel Ruiz que perdió la vertical ya en el capote y que salió parado del caballo, Ponce desplegó todo su catálogo de suavidad, tiempos muertos y ceremoniosidad para trazar muletazos limpios, sin obligar, templados... Todo eso en una labor despegada en muchas fases y siempre a cámara lenta, la misma que imponía la falta de fuelle del animal. Pero Ponce, una vez más, hipnotizó al astado como lo hizo con los tendidos, hasta el punto de hacerles olvidar la falta de emoción, la falta de toro.

La otra oreja de la tarde cayó en las manos de Ginés Marín en el tercero. Animoso con el capote, intercalando verónicas y chicuelinas, con la muleta no pudo pasar de series cortas y mucha variedad en los remates. Fue más lo que llegó al público con estos que lo que hubo entre los mismos. Y es que el animal tampoco daba para mucho más. Así es que lo pasó sin atacar por la derecha y con suavidad por la izquierda. Buen trazo, eso sí, pero sin prender la llama en series de tres y el remate. Hasta que, ya con el toro paradísimo, el hombre expusiera en unas bernardinas que, ahora sí, pusieron el ¡uy! en los tendidos. Eso y una buena estocada fueron determinantes para el trofeo.

Gines Marín torea con la derecha al tercero. MIGUEL ÁNGEL SALAS

Ya en el sexto, en cambio, no pudo repetir. Soso hasta decir basta el de Daniel Ruiz, tampoco Ginés Marín se comprometió en la colocación ni el trazo, planteando el toreo muchas veces por fuera y en línea. Pasaba el toro sin más y se sumaban los muletazos de igual guisa. Todo quedó en apenas nada.

Y nada se llevó tampoco El Juli, aunque el toreo de más peso corrió a su cargo. Fue en el segundo de la tarde, el sobrero de Virgen María que saltó al ruedo tras partirse un pitón el titular de Daniel Ruiz. Un animal que se le coló bien pronto por el derecho y al que planteó faena de inicio por el izquierdo. Por allí, los primeros muletazos le salieron tocados, pero luego mejoró en largura y temple. Y ya con la diestra, con el toro protestando, dominio y mando con la mano baja. Pudo ahí El Juli, como también mejoró en otros naturales muy redondos. Faena sólida, sin terminar de explotar en lo artístico, con algún altibajo, pero siempre con la virtud del mando. Eso sí, mal rematada con la espada, sin duda, clave para no sumar trofeo.

Y en el quinto, simplemente imposible. Lo había brindado El Juli al público, pero a las primeras de cambio, el de Daniel Ruiz reculó, se rajó y se paró. No había para más. No había toro. Ni para el mimo, ni para el cuidado, ni para sostenerlo, ni para llevarlo sin obligar, ni para no molestarlo... Las cosas del toreo moderno y de la fiesta que languidece.