Colombianos". Esa era la inscripción que alguien colocó sobre los cuerpos de los tres componentes de una familia suramericana que perdió la vida en el cámping Los Alfaques, frente al que hoy hace 25 años explotó un camión cisterna cargado de propileno. Al día siguiente, los cadáveres de estas tres personas yacían en uno de los pasillos del cementerio de Tortosa (Tarragona) junto a una enorme concentración de ataúdes de las víctimas de la tragedia, que causó 215 muertos. A ese tanatorio improvisado al aire libre fueron llegando las familias de los fallecidos para identificar a las víctimas. Apenas quedaban restos de ropa y los pocos objetos que pudieron salvarse tras el paso de la bola de fuego, a 1.000 grados de temperatura, quedaron en manos de la policía.

"La calcinación hacía que aproximadamente el 80% de los cadáveres fueran inidentificables", explica Felipe Tallada, uno de los abogados que intervino en la causa judicial posterior al siniestro. Su padre, entonces alcalde de Tortosa y una de las personas que participó en la coordinación del operativo de emergencia, asiente al escuchar las declaraciones de su hijo.

SIN PRUEBAS DE ADN

Los mapas dentales que se solicitaron a los familiares resultaron claves para descifrar los nombres, con la ayuda del libro de registro que quedó en el cámping. En aquella época no se hacían pruebas de ADN para identificar a las víctimas. "Llegaron forenses de Austria, Alemania, Bélgica... de toda Europa, para ayudar a los especialistas de la zona", recuerda Tallada. Poco a poco se determinó la filiación de los fallecidos y fueron cuadrando los nombres, una vez eliminados los heridos y los fallecidos en los hospitales.

Se identificaron todos excepto siete: cuatro miembros de una familia francesa procedente de Marsella (la mayoría de muertos eran franceses y alemanes) y tres miembros de una familia colombiana. Fueron los únicos, junto a los fallecidos de la zona, que quedaron en el cementerio tortosino los años siguientes. "Los enterraron en grupos de dos o tres en las fosas comunes", explica un empleado municipal.

La familia francesa, formada por un matrimonio y dos hijos, llegaron a ser repatriados con el tiempo: "Unos tres años después, cuando se pagaron las indemnizaciones, los marselleses fueron trasladados a su lugar de origen, pero no antes, porque económicamente era demasiado costoso", explica el abogado Tallada. Sin embargo, los tres colombianos no fueron reclamados, comenta.

La normativa municipal estipula que, si al cabo de cinco años nadie reclama un cadáver, éste puede ser trasladado al osario general. Eso es lo que ocurrió con esas tres víctimas, enterradas en principio en el mismo nicho.

EN EL OSARIO COMUN

El enterrador que ha gestionado el cementerio tortosino las últimas décadas, ahora jubilado, recuerda que ese osario común, hoy cubierto de vegetación, fue el destino final de esos restos. La familia que gestiona el cámping de Los Alfaques es la misma que lo hacía el día de la "tragedia de Empetrol", que es la denominación que utiliza Mari Carmen Maci , la propietaria, para referirse al suceso. No quieren hablar del libro de registros ni de nada relacionado con la fatalidad causada por el camión cisterna, excesivamente cargado, que conducía Francisco Ivernón. "Tras 25 años, es ya el momento de darnos luz y vida, porque hemos estado mucho tiempo tragando lágrimas", dice Mari Carmen. El cámping, señala con convicción, "fue sólo una víctima más". La lealtad de los clientes asiduos a este enclave de Alcanar ayudó a que el negocio familiar pudiera seguir adelante hasta la actualidad.

Nadie quiere recordar lo sucedido y, pese al aniversario, la normalidad es absoluta. El cámping sí conserva, en una pared de las instalaciones, un mural en recuerdo de los fallecidos, con un escueto in memoriam como inscripción y decenas de estrellas que simbolizan a las víctimas.