Hoy propongo un pequeño juego: escribir en un papel el nombre y los apellidos de nuestros tatarabuelos y tatarabuelas. Para no dejarnos ninguno atrás recordad que son dieciséis. ¿Cómo eran? ¿Bajos o altos? ¿Rubios, morenos o pelirrojos? ¿Simpáticos, ocurrentes, serios o reservados? Sus ojos eran ¿azules, negros, verdes o melados? ¿Dónde vivieron? ¿Dónde nacieron? ¿Cuántos hijos tuvieron?

Posiblemente los más afortunados -o informados- podrán contestar a una de estas preguntas. El tiempo pasa y las huellas se pierden. No hay fotos. Como mucho una, arrugada y rota, oculta en una vieja caja de lata, en la que se ve una pareja de ancianos desconocidos para todos. Sus hijos, que podrían reconocerlos, hace tiempo que desaparecieron y sus nietos puede que ni los recuerden. Hasta a las familias de más alta alcurnia les faltará el óleo de alguno de sus antepasados.

Seamos sinceros, casi nadie conoce a sus tatarabuelos. Luego como no sabemos de ellos, ni tenemos pruebas de su existencia, podemos sospechar que no son reales, que son un mito, una construcción mental basada en prejuicios no demostrados exhaustivamente, falaces como una hipotética Teoría Reproductivista. Mirando hacia atrás, si existen huecos en los árboles genealógicos y no podemos dibujar todas, absolutamente todas, las líneas, hasta nuestro padre Adán y nuestra madre Eva, ¿cómo afirmar que todos los seres humanos descienden de otros seres humanos? Que ocurra hoy en día, o en tiempos de nuestros padres, abuelos o bisabuelos, no implica que ocurriera antes de la misma manera. Venga, no es tan difícil, reconozcámoslo: nuestros retatatatatatatarabuelos nunca estuvieron aquí, no vivieron en esta Tierra, no criaron a sus hijos, ni sintieron angustia, alegría, miedo-. No esperaron un futuro mejor para sus hijos, nietos y descendientes -es decir nosotros-, ni buscaron una respuesta a la pregunta de dónde venimos y qué hacemos en esta vida.

Absurdo, ¿verdad? Si alguien negara la existencia de los tatarabuelos con razonamientos tan débiles lo tacharíamos de loco, estúpido o ambas cosas a la vez y sin embargo éste es uno de los principales argumentos creacionistas: la imposibilidad de establecer árboles genealógicos completos de todos los seres vivos con las correspondientes formas intermedias. Aprovechando los huecos existentes en los registros fósiles, afirman la imposibilidad de evolución y con un triple salto mortal lógico concluyen que todos los seres vivos fueron creados por Dios en seis días tal y como los encontramos ahora mismito.

Si a nadie le extraña el desconocimiento sobre antepasados recientes, como los tatarabuelos, debido al paso del tiempo -unos 125 años- aunque ninguno dudemos de su existencia, ¿cómo se puede exigir un catálogo completo de todas las formas vivas durante miles de millones de años? ¿Los huecos en el registro fósil prueban algo aparte de la existencia de huecos? ¿Qué pasa con la improbabilidad de la fosilización? ¿Y con los organismos que no fosilizan? ¿Y con los que vivieron en hábitats donde las condiciones favorecen la descomposición de la materia orgánica y no su conservación?

Las pseudociencias y el fundamentalismo religioso se cuelan por las rendijas de una historia de eones y serpentean a sus anchas haciéndonos dudar de hechos bien establecidos, como la evolución de las especies, e intentan imponer una visión falsa de la vida y la humanidad. Para evitarlo es importante la alfabetización científica de los niños y jóvenes, así como una verdadera promoción de la Ciencia.