Hace varias semanas entró en escena una nueva plataforma contra el "laicismo extremo". Se trata de un vástago de esa organización intolerante y ultraconservadora cuya finalidad no es otra que la de gritar e insultar, para hacerse oír en el coro mediático. En su web critican a Ecolo, con cierta dosis de perversidad demagógica, por ser el único partido político que se compromete con las tesis laicistas de Córdoba Laica, a las que califican, además, de "antirreligiosas y liberticidas".

Poco más tengo que decir, salvo denunciar que esta nueva plataforma ve la paja en el ojo ajeno, mientras permanece ciega al progreso y a la democracia, por la viga que le atraviesa la retina. No obstante, quiero aprovechar estas descalificaciones para manifestar las dos cosas que más me entristecen al respecto: la incomprensión de nuestro mensaje por gran parte de la ciudadanía y la falta de compromiso con la libertad de conciencia de un determinado partido político, a cuyos líderes se les llena la boca de laicismo estatal, mientras que su delantera municipal juega en sentido contrario- O permanece muda, esperando un milagro electoral redondo del tipo "¡Virgencita, que nos quedemos como estamos!"

Pero, lo peor, y lo más difícil de cambiar, es la mentalidad del ciudadano/a, que confunde laicismo con antirreligiosidad, sin tener en cuenta que el primero es un movimiento que aglutina a creyentes, ateos y agnósticos y, además, respeta profundamente a todos/as los ciudadanos/as, independientemente de sus creencias o increencias. Ni siquiera es anticlerical en sentido general, aunque sobran los motivos- incluso para los católicos. Según la RAE, el laicismo es una doctrina que defiende la independencia del hombre o de la sociedad, y más particularmente del Estado, respecto de cualquier organización o confesión religiosa. Sin embargo, a mí me gusta más definirlo por lo que hace y por lo que defiende: es el pensamiento y la acción dirigidos hacia la consecución del Estado laico, auténticamente democrático, libre de imposiciones religiosas. Y se caracteriza por la defensa del derecho fundamental a la libertad de conciencia y a la convivencia, en igualdad de derechos, de todas las cosmovisiones personales.

Con una mano señalando al cielo de estas reflexiones y con la otra en el cajón del pan de cada día, Córdoba Laica propone a la ciudadanía y a los partidos dos ideas muy simples: primero, que nuestros ayuntamientos y diputaciones se desvinculen de cualquier confesión religiosa; es decir, que nuestros representantes no asistan oficialmente a sus celebraciones, no subvencionen sus actividades y retiren de los edificios públicos toda su simbología. La segunda es más prosaica y tiene mucho que ver con algo que, por ser tan corriente, no reparamos en ello. Porque a nadie le sorprende que un elevado porcentaje de matrimonios se celebren en el Alcázar y que sea un edil la persona que oficie la ceremonia. Si esto es tan normal, ¿por qué no podríamos aceptar que el ayuntamiento facilite a los familiares recursos para la celebración de un funeral civil? Solo se necesita un espacio verdaderamente laico (municipal) y una persona que oriente a las familias en esos momentos tan difíciles, para evitar que la inercia confesional se imponga o el adiós se convierta en un acto vacío y sin contenido. ¿Y por qué no ir más allá y realizar ceremonias de acogida a los recién nacidos, independientemente de las creencias de sus progenitores? ¿Y por qué no propiciar el encuentro anual de los jóvenes que adquieren la mayoría de edad y con ello las nuevas responsabilidades ciudadanas? ¿No favorecerían estas ceremonias civiles el sentimiento de pertenencia a la comunidad, por encima de las diferencias ideológicas?

Espero que, al menos, el lector/a empiece a ver los ritos de paso con otra perspectiva y que los partidos pierdan el miedo a incluirlos, junto con la aconfesionalidad institucional, en sus programas electorales.

* Miembro de Córdoba Laica