"Doctor, yo quiero hablar con usted, por favor. La corná es fuerte, tiene dos trayectorias... una pacá y otra pallá . Abra lo que tenga que abrir y lo demás está en sus manos. ¡Eh, tranquilo...! Quiero un vaso de agua".

Aún hoy, 25 años después, aquellas palabras, las últimas que pronunció Francisco Rivera Paquirri antes de su muerte, resuenan como ejemplo de serenidad y entereza, desde luego impropias de un hombre postrado en el hule al borde del adiós a la vida y, en definitiva, solo entendibles en un torero curtido en las mil batallas de una profesión que cada tarde burla la muerte.

Aquellas palabras, aquellas imágenes --impagable documento periodístico--, las había tomado Antonio Salmoral en la enfermería de la plaza de Pozoblanco, en cuya arena el torero había caído herido minutos antes. Avispado , de Sayalero y Bandrés, después de avisar a Paquirri mientras intentaba ponerlo en el caballo, "le echó mano, lo levantó por el muslo derecho y, zarandeando al torero repetidamente, le metió todo el pitón", según las crónicas de aquel fatídico miércoles 26 de septiembre de 1984.

La cornada, de tres trayectorias, era muy seria, provocando la rotura y el arrancamiento de la vena safena y la arteria femoral, causando un gran shock hemorrágico. A partir de ahí, un cúmulo de circunstancias. De un lado, una enfermería con algunas limitaciones. De otro, un hospital comarcal al que no se pudo acudir porque, aun construido, todavía permanecía cerrado. La decisión de un traslado por carretera a Córdoba a través de una carretera serpenteante que restaba minutos a la vida. La parada agónica en Cerro Muriano para intentar restablecer a un moribundo que no llegaba a Reina Sofía. El recurso inútil de buscar en el más cercano Hospital Militar una solución ya imposible... Paquirri había muerto.

Preguntas sin respuestas

De inmediato, la polémica. "¿Pudo salvarse el diestro de Barbate?", se preguntaba el titular de la portada de Diario CORDOBA del 28 de septiembre. ¿Qué hubiera ocurrido si la cornada se hubiese producido en otra plaza con más medios médicos? ¿Y si hubiera estado abierta la residencia o la comunicación por carretera con Córdoba no fuera tan deficiente? Preguntas sin respuesta que entonces, y aún hoy, animaron debates que ya nada podían hacer para aliviar una tragedia que trascendía lo taurino.

Y es que no había muerto solo Paquirri, un torero popular, poderoso, valiente y dominador, espectacular banderillero y gran estoqueador, sino que había perdido la vida Francisco Rivera, aquel hombre cuya vida sentimental había ocupado tantas páginas de la prensa rosa. Primero porque se casó en 1973 con Carmina, la hija mayor del maestro Antonio Ordóñez, con la que tuvo a sus hijos Francisco y Cayetano --hoy día también matadores de postín--. Más tarde porque, diez años después, contrajo matrimonio ante el Cristo del Gran Poder de Sevilla con la tonadillera Isabel Pantoja, fruto del cual nació Paquirrín. Así, como acertaba a reflejar CORDOBA tras el entierro en Sevilla, "con Paquirri no ha muerto solo un torero, sino que ha enviudado la Pantoja; no se sabe qué es peor".

Hoy, 25 años después, Paquirri vuelve al recuerdo.