La crisis libia y la subida del precio del petróleo ponen de manifiesto dos de las debilidades estructurales de la economía española: la dependencia energética y la ausencia de una política energética seria y de largo plazo.

La mayor dependencia energética de nuestra economía, un problema que arrastramos desde hace décadas y que todos los gobiernos han tratado superficialmente, tiene como consecuencias que, ante cualquier problema en el mercado de petróleo, se acentúen dos de nuestros problemas económicos crónicos: la inflación y el déficit exterior. Dos problemas graves porque agravan la situación de nuestra economía ya que el primero disminuye el poder adquisitivo de las familias, mientras que el segundo hace que aumenten las necesidades de financiación exterior de nuestra economía, ya de por sí altas.

Por su parte, la ausencia de una política energética seria, además de acentuar el problema de la dependencia energética, distorsiona los precios en los mercados de la energía y hace que las empresas españolas tengan un coste más alto que la media europea, al tiempo que ha enquistado el problema de la deuda oculta con las empresas eléctricas.

Para hacer una política energética seria, lo primero es preguntarse qué necesidades de demanda de energía previsible va a haber en los próximos veinte años, teniendo en cuenta los distintos usos, la población, el nivel de renta y una tasa de mejora de eficiencia energética. Y hay modelos econométricos fiables para este cálculo desde hace décadas. Conocida la demanda por usos, es posible calcular, con tecnología relativamente estable, cuáles son las fuentes de energía más eficientes (en costes económicos y medioambientales) para cada uno. A partir de ahí, es posible establecer qué estructura de mercados es la más adecuada para hacer lo más bajo posible el precio, al tiempo que se hace menos dependiente nuestra economía y se reducen los costes medioambientales. De lo anterior se derivarían las decisiones políticas que, mantenidas en el tiempo, dan como resultado un sector energético relativamente estable, competitivo y con menos riesgos económicos, políticos y medioambientales.

Si se hubiera hecho esto, hubiéramos, por ejemplo, potenciado el transporte por ferrocarril de mercancías (más barato y menos contaminante por tonelada/kilómetro), estaríamos subvencionando de verdad la compra de coches híbridos y eléctricos, se habría potenciado el transporte público, se cumplirían las normas energéticas en la construcción, -habríamos abandonado el carbón, habríamos despejado ya la incógnita nuclear, habríamos potenciado un mix eléctrico equilibrado, estaríamos dedicando recursos a investigación en energía. Tendríamos, además, mercados energéticos más competitivos y hubiéramos usado los mecanismos de precios relativos, a través de los impuestos indirectos, para desincentivar el uso de aquellas energías más contaminantes y que nos hacen más dependientes, como el petróleo.

En vez de esto, de hacer una política energética seria, el Gobierno ha hecho una política energética de ocurrencias. Que está de moda el cambio climático, subvencionamos la energía eólica y la solar con primas insostenibles en el largo plazo (y luego damos marcha atrás). Que tenemos que mirar por los intereses del carbón leonés, nos inventamos una subvención que forzamos en Bruselas (con compensación para las centrales en Galicia). Que tenemos que contentar a las eléctricas, subimos la electricidad "lo que cuesta un café". Que tenemos un problema con el petróleo, ponemos una pegatina en las señales de tráfico (que no sirve para ahorro energético, porque no afecta ni a los camiones, ni al tráfico en la ciudad, aunque es probable que aumente la recaudación por multas y se rebaje la tasa de accidentes). Incluso en las negociaciones sobre las pensiones se quiso meter por medio el tema de las nucleares, introduciendo ambigüedad en el debate. Ocurrencias de un ministro creativo.

He de reconocer que el ministro Sebastián es genialmente ocurrente. Con sus ocurrencias hace que nos entretengamos en la anécdota, evitando lo preocupante: que no tenemos política energética. Lo que, además, me entristece porque Miguel Sebastián, al que aprecio, fue, hace mucho, mucho tiempo, un gran economista.

*Profesor de Política Económica. ETEA