La Torre Prasa, o El ojo del Califa , o el plan Puerta Victoria , pues todos esos nombres tiene (o tenía) ha dejado de ser un proyecto para alcanzar la categoría de idea, de símbolo, de concepto perdido en la historia. Ya no habrá torre que conviva o compita (según quien lo mire) con la Mezquita, y, en sintonía con la costumbre de esta ciudad, se está generando ahora --cuando ya no puede ser-- un debate ciudadano de más intensidad e interés que el vivido en los meses previos, cuando la idea se gestaba y era el momento de discutirla.

El arquitecto catalán Carlos Ferrater, que este fin de semana presencia en Venecia la colocación de la primera piedra de una enorme torre de la que es autor, ha asistido paciente y desconcertado al enorme lío formado en torno a su proyecto. Y ha lamentado no haber podido debatirlo con sus colegas.

La torre

En primera instancia pensó en un edificio de más de veinte plantas, pero sólo fue una idea colgada en la web. Su proyecto consistió en dos edificios, uno de ellos a modo de torre de perfiles curvos (se supone que para diluir su impacto visual) que tendría entre 45 y 55 metros de altura. Prasa solicitó la innovación del Plan General de Ordenación Urbana (PGOU) para ejecutar la obra de este profesional de prestigio internacional, pero las dificultades se acumularon, principalmente las derivadas de las alegaciones presentadas por el ex alcalde Herminio Trigo y los arquitectos Juan Cuenca, José Rodríguez Rueda y Juan Serrano, muy fundamentadas. Todo hacía presagiar que el tema acabaría en los tribunales y con un retraso de varios años, ya que el proyecto tenía una oposición, si no numerosa, sí cualificada, con presencia de intelectuales de la ciudad (hasta una web, soscordoba.com). Al final, el presidente de Prasa, José Romero, decide dar marcha atrás después de hablar del tema con la alcaldesa, Rosa Aguilar, y optar por la salida más fácil y rápida: el antiguo Meliá será sustituido por un hotel de cinco estrellas con siete plantas, acorde a la ordenanza. Fin de la historia.

Debate inacabado

¿Fin? El debate no ha terminado, y ahora se centra en conceptos más trascendentes, como por ejemplo si los cordobeses nos perdonamos mutuamente la capacidad de tener iniciativas o aquí no se deja a nadie sacar la cabeza sin cortársela, o si somos catetos por rechazar lo diferente, o si estamos cerrados a la innovación, o si, por el contrario, somos unos noveleros que, de no existir un movimiento intelectual fuerte, nos echaríamos en brazos de cualquier vendedor de humo. O si somos víctimas permanentes de nuestro voto: a Izquierda Unida en las municipales y al PSOE en la Junta de Andalucía, con lo que se garantiza el desacuerdo institucional permanente. ¿Se hará perdonar alguna vez esta ciudad su variedad en el voto? Ese tema podría ser objeto de un largo debate.

El aparcamiento fallido

La Torre Prasa no ha podido ser, y, además, ha resultado imposible, como diría el torero. Pero, como consuelo para sus promotores, no es el único caso, ni el más sonado. Hubo uno, que se produjo sobre un supuesto totalmente distinto (la preservación de restos arqueológicos), en 1984, en pleno gobierno de mayoría absoluta de Julio Anguita, cuando el Ayuntamiento tuvo el loable objetivo de resolver el problema del centro con un gran aparcamiento subterráneo. La zona escogida, Gran Capitán. Se adjudicó la obra a una empresa importante, SABA, y comenzaron los trabajos. Aparecieron restos arqueológicos, hubo manifestaciones, se desató una polémica tremenda (hasta el punto de que, al final, ni siquiera quedó clara del todo la importancia de los vestigios) y la Junta de Andalucía paralizó la obra.

Fueron meses de desgaste, en los que un vertedero de enormes dimensiones se abría al cielo en el corazón de la ciudad. No había dinero para excavar el yacimiento, y tampoco otra solución que una valla para evitar la acumulación de basuras. Al final, casi con nocturnidad (no se pidió autorización a la Junta, por si acaso), Julio Anguita y su concejal de Urbanismo, Juan José Giner, actuaron de la manera más práctica: varios camiones volcaron toneladas de arena sobre los restos, aquello se tapó (corría 1985) y con el tiempo se urbanizó. Córdoba perdió un aparcamiento y una de sus principales vías de tráfico, y ganó a cambio el bulevar que tanto desahogo proporciona al centro.

Trigo y Calatrava

Esa fue la primera, sin arquitecto de prestigio. La segunda más sonada la vivió como alcalde Herminio Trigo en 1990 y duró un año entero. Esta vez el estupefacto profesional fue el ingeniero y arquitecto valenciano Santiago Calatrava, al que la Junta de Andalucía encargó el diseño de un puente urbano sobre el Guadalquivir, a la altura de la calle de la feria. Un diseño Calatrava (el mismo, o muy parecido, puede verse airoso en la ciudad de Mérida) que empezaba a ponerse de moda en el mundo. Hoy, cuando se ven sus obras en Estados Unidos o en Valencia, todo el mundo se pregunta cómo pudimos los cordobeses rechazar ese puente. Pero no nos engañemos, casi nadie lo quería. Lo propuso el consejero de Obras Públicas, Jaime Montaner, y al primero que no le agradó fue al alcalde, que expresó su disconformidad personal e inició un debate que terminó con la retirada del proyecto. Calatrava vino a Córdoba, a explicarlo, y, que se sepa, nunca más volvió. La pasarela se iba a ejecutar con cargo a las inversiones de la Expo 92 de Sevilla, y el castigo recibido por Córdoba fue quedarse sin puente hasta hace apenas tres años. La paradoja es que el actual puente de Miraflores tampoco satisface a los ciudadanos (hay quien lo llama el puente de la lata ) y todo el mundo se lamenta de haber perdido el diseño vanguardista (hoy parece un clásico) del valenciano. Pero es hipocresía pura: la gente decía que iba a alterar la imagen de la Mezquita (¿Les suena?).

Las cúpulas orientales

Menos dolorosa, quizá porque nadie acabó de tomársela en serio (pero tampoco hubo debate cuando era un proyecto, y probablemente se hubiera formado una zapatiesta grande de llevarse a cabo) es la pérdida de la iniciativa del arquitecto japonés Toyo Ito, que diseñó un paisaje de cúpulas y jardines colgantes babilónicos para el cielo de la calle Jesús María. El autor de La torre de los vientos , de Yokohama, y de la Mediateca de Sendai, ambos en Japón, vino invitado por el responsable de Urbanismo, José Mellado (PSOE), en el primer gobierno de Rosa Aguilar.