El Rocío vuelve a ser un año más epicentro de la devoción rociera y las 116 hermandades filiales van dejando atrás el camino y se encuentran ya en la aldea almonteña para venerar a su Virgen, la llamada Blanca Paloma, participando en su romería.

A lo largo de la última semana han sido miles los kilómetros que han recorrido los romeros de estas corporaciones por los caminos de Sevilla, Huelva y Cádiz hasta alcanzar su destino, este lugar único enclavado a los pies de la marisma de Doñana. Desde que el pasado 14 de mayo, cuando salió la Hermandad de Córdoba, los caminos han ido llenándose de Rocío, de esa mezcla de emociones, sentimientos y vivencias que supone participar en la romería.

Y han vuelto a dejar estampas imborrables en lugares como el vado del Quema, donde las aguas del Guadiamar son testigos tanto de la fe de años que profesan a la Virgen los rocieros de siempre como de la que continúa naciendo, reflejada en los nuevos romeros, que reciben su bautismo rociero.

O en Bajo de Guía, en Sanlúcar de Barrameda, lugar emblemático y santo y seña para el rociero que viene desde Cádiz y en barcaza cruza el Guadalquivir para adentrarse en Doñana disfrutando de una peregrinación por un enclave único; o el puente del Ajolí, punto especial para las hermandades que desde la misma provincia de Huelva peregrinan al Rocío donde tiene lugar la auténtica explosión de fe.

Todo eso, hoy, ya es recuerdo, pues los caminos han recuperado la calma a la espera de la vuelta y todo se concentra en la aldea que, después de un año, luce espléndida acogiendo a todos sus romeros, a todos los que veneran a la Virgen, que es objeto de una devoción que traspasa fronteras.

Un centenar de hermandades filiales habían alcanzado su destino el viernes por la noche; y 34 de ellas protagonizaron el que es el primer acto oficial de la romería, su presentación ante la Hermandad Matriz de Almonte a las puertas del Santuario. Ayer les tocó el turno a las 82 restantes, 16 de las cuales están llegando directamente del camino para protagonizar ese primer acto de pleitesía a la Virgen y a su pueblo, Almonte, que les agradece su presencia y, con ello, que contribuyan a mantener viva la fe hacia su patrona.

La aldea de El Rocío ya respira romería por todos sus rincones, desde el santuario que, con este acto, se llena de gente durante horas en las que los vítores, los olés y los vivas se suceden hasta las calles más alejadas de este espacio. Por ellas circulan los charrets, las carriolas y los caballos y en cada casa, reuniones familiares y de amigos en las que devoción y diversión se dan la mano.

En ellas se siente la fe que en forma de sevillanas y rumbas se hacen plegaria constante, a veces, incluso, sin quererlo y que, al mismo tiempo, constituyen una diversión; esa diversión que no es contraria al Rocío, marcada por la amabilidad, la convivencia y la hermandad. La hospitalidad se lleva a gala entre los romeros, como hospitalaria está siendo con ellos la Virgen del Rocío, que los está acogiendo a todos en su aldea.