La semana pasada hablábamos de cómo los Estados, todos los Estados, tienen una tendencia irrefrenable a convertirse en Matrix, el Estado perfecto que mantiene a sus súbditos --que no ciudadanos-- en una permanente inopia tanto intelectual como sobre el simple conocimiento de la realidad. Así, poníamos el acento en el primer estadio que define a Matrix: la manipulación de los datos imposiblemente objetivos, la conversión de las complejidades sociales en simples estadísticas maleables y moldeadas a los propios fines de Matrix. Hoy nos referiremos a las otras dos fases por las que atraviesa un Estado hasta definirse como Matrix, y cuya observación a nosotros puede ayudarnos a identificarlo como tal: la culpabilización de las masas y el posterior ofrecimiento del paraíso en la tierra. Dicha culpabilización es habitual y constante, los ciudadanos tienen la culpa de todo y por eso se les satura con informaciones deprimentes, normalmente a la hora de comer. Somos culpables de catástrofes y guerras, de tener ideología --si ésta no se identifica con Matrix--, del cambio climático y de todos los accidentes de tráfico. ¿Se han fijado? Los gestores nunca son responsables de nada a pesar de ser ellos los que por detentar el poder podrían poner remedio a las calamidades. Finalmente, Matrix nos anestesia con bienestar material: cada vez mejores electrodomésticos, más espectáculos de masas, más frivolidad en el entretenimiento, o más mensajes de que dejemos todo en manos de los gestores (véanse los referendos europeo y autonómico que nos invitaban a votar lo que decían "los que saben"). Cuidado con ellos.

* Profesor