Somos muchas las familias que tenemos la suerte de poder contar con algún hijo adoptado. Hay quien piensa que es una bella historia, como un final feliz de una película rosa, que somos muy buenas personas y que hemos hecho la gran obra de caridad con un ser bastante indefenso, que tenía un futuro muy incierto. Nada más lejos de nuestras intenciones y vivencias. Se buscan o se tienen hijos o se quieren por sí mismos y no para mostrar lo bueno o lo solidario que es uno. Y se les trata de aceptar y querer como son y por lo que son. Aunque esto tenga sus dificultades. Ningún niño nace con un manual de instrucciones en la mano. Estamos hablando de seres humanos, de niños y de niñas con experiencias muy fuertes de rechazo y de abandono. Como lo son también las experiencias de acogida, cariño y amor que también reciben.

Recuerdo el día en que nerviosos escuchábamos a una funcionaria china agradecernos lo que hacíamos por unas niñas que solo conocíamos por fotos. Se nos hablaba de unir corazones, de unir vidas, de unir países. Recuerdo el nerviosismo al ver aparecer a once niñas con once cuidadoras, todas vestidas iguales, mirándonos extrañadas y cansadas. Recuerdo una mezcla de sentimientos entre la alegría y el gozo por tener a nuestra hija en brazos y el temor y el temblor de ver que era para toda la vida.

Todo empezó bastantes meses antes, cuando comenzamos los trámites de la adopción. Hay quien comenta que la mayoría de los niños y de las niñas adoptadas son muy deseados. Algo de verdad hay en esta afirmación. Mi amiga Chari Morales lo ha expresado de forma muy gráfica: "Nuestros hijos son especiales, porque la historia de sus vidas es especial. No tenemos embarazo biológico, pero tenemos un eterno embarazo burocrático, que dependiendo del país, se puede hacer eterno. No tenemos pruebas como la de la curva del azúcar, pero tenemos la prueba de la paciencia de luchar contra una administración a veces muy insensible con el tema. Nuestros hijos no salen en nuestros brazos de un hospital rodeados de familia, amigos y flores, salen de un edificio oficial, en muchas ocasiones de un país del que prácticamente desconocemos todo, y llegan a nuestra casa a bordo de un avión, de un tren, que carga todos los sentimientos y las esperanzas junto con nuestras maletas".

En las conversaciones sobre la adopción hay quien señala las historias de abandono que han sufrido nuestros hijos, las dificultades que han tenido que pasar en unos orfanatos tercermundistas, al menos así lo expresamos en nuestra sensibilidad occidental. A otros les gusta señalar lo exótico de los países de origen de nuestros hijos o de sus mismos rasgos. Existen las familias que han vivido una muy buena adaptación. Hay quienes ni quieren hablar de la adopción y hasta ocultan los rasgos físicos que nos diferencian. Y las hay que han tenido un periodo de adaptación largo, tortuoso y con la sensación de no saber qué hacer o qué pensar.

Con todo esto lo que quiero señalar, con fuerza, es que la experiencia de adoptar un hijo o una hija es una experiencia plenamente humana y muy gratificante. Y como todo lo humano tiene sus gozos y sus sombras.

* Presidenta de la Asociación Tejiendo Sueños"