El Real de la Feria de Abril de Sevilla deja dos estampas totalmente dispares durante las 18 horas, aproximadamente, que componen cada una de las jornadas de esta fiesta: una imagen familiar y tradicional de día y un ambiente fiestero de noche. Apenas son menos de cinco horas las que los operarios públicos sevillanos pueden disfrutar de un recinto ferial desértico, atendiendo a la densidad de población que el Real tendrá las horas restantes.

Cinco horas en las que, más de una cuarta parte de los 555 trabajadores de Lipasam, la empresa pública de limpieza, para esta feria de 2017, recogen los cientos de miles de kilos de residuos generados durante todo el día anterior. Todo ello para que, a partir del mediodía, comience una nueva jornada de feria que arranca con la llegada de los primeros caballos y carruajes al recinto -que tienen habilitadas ocho horas para pasear por el Real y sus inmediaciones-, y las primeras familias arriben tras la apertura de las primeras casetas.

Llegada la hora de comer, y ya con toda la familia en la caseta, los lunares propios de gran parte de los miles de vestidos de gitana y los sombreros cordobeses son testigos de la inmensa variedad gastronómica que tiene la ciudad de Sevilla y el Real en particular. El pescaíto frito, los potajes, los garbanzos con bacalao, los guisos del día -lentejas, cocido, estofados-, el gazpacho andaluz y el salmorejo cordobés, son acompañados de tapas y raciones de jamón, queso o gambas, y de tortilla de patatas, así como de la manzanilla, el fino o el rebujito. Tras ello, y una vez finalizado el almuerzo, las sevillanas resuenan en cada una de las 1.040 casetas del Real y el gentío baila en compañía al ritmo de la primera, la segunda, la tercera y la cuarta, mientras los cocheros de los carruajes esperan a sus clientes en la puerta de la caseta.

Sin embargo, esta estampa tradicional y familiar se romperá una vez llegada las ocho y media de la tarde, cuando la salida de los caballos y carros del recinto ferial sea el bocinazo para que adultos y ancianos comiencen a abandonar progresivamente la feria y dejen paso a que la algarabía juvenil se apodere del recinto y sus inmediaciones. Estos jóvenes, que aún se recuperaban durmiendo del resacón de la noche anterior de feria mientras sus progenitores disfrutaban de la velada diurna de fiesta, comienzan a campar a sus anchas por el barrio de los Remedios -inmediaciones del ferial- y a desplegar su kit de activación: el famoso botellón de alcohol, hielo y refrescos.