Y el pueblo habló. Ahora, después de las elecciones, llevamos ya días escuchando valoraciones de las votaciones. Pero, por mucho que quieran marear la perdiz, la realidad es que el pueblo ha decidido a sus representantes para los próximos cuatro años, pactos aparte, claro está. El día 16 tendremos nuevos alcaldes con nuevos proyectos. Otros andan despidiéndose del sillón. Y en la marcha, palabras bonitas que ya suenan a hueco a estas alturas. Que si todos somos humanos, que si ahora reconozco los errores, que si me llevo muy buenos momentos. Dicen que los poderosos quieren que quede tras de ellos una obra monumental, para ejemplo los faraones. Los alcaldes hacen todo lo posible por hacer una casa de la cultura, un polideportivo, en fin, ese Palacio de Oriente del que todos digamos: "eso se hizo en época de fulanito". Así cuando pase al lado se hinchará de orgullo viendo su gran obra. A mí me gustan otras obras, que a lo mejor a un alcalde le pueden parecer meras tonterías. Al final lo que de verdad queda de una persona, sea de un alcalde, sea de un ciudadano de a pie, son las relaciones personales. De nada me sirve a mí ver un polideportivo en mi pueblo si el alcalde no dice ni los buenos días a un vecino. Se puede perdonar el que no se arregle una calle, pero no el que se te desprecie. Luego se llena la boca de palabras como coherencia, diálogo, democracia y bla bla bla, pero los hechos saltan a la vista. También hay alcaldes que ante una discrepancia con su gestión usan el cargo para arremeter contra el trabajo profesional o contra la persona. Es más fácil adjetivar que argumentar. En fin, que de Stalines estamos bien surtidos, ese que cuando ocupó el Kremlin eliminó a sus enemigos de las fotografías donde aparecía con ellos para que no se supiera que un día estuvieron juntos. Menos mal que tenemos urnas para quitar y poner corporaciones cada cuatro años. Ahora, los nuevos, a cumplir lo prometido.

* Escritora