Con la ayuda de nuestro porteador Nimba, montamos de forma continuada los campos 1, 2 y 3, situado a 7.600 metros al pie de la primera franja rocosa. El invierno empieza a instalarse en la montaña y cada día se nota como bajan las temperaturas. Es lo más peligroso. En nuestra memoria estan los dedos negros y las congelaciones que vimos en compañeros durante la semana anterior. Después de beber un poco de té, salimos a enfrentarnos con la oscuridad. Solo a lo lejos se divisan algunos frontales que salieron antes que nosotros. El viento sopla y hay que entrar en calor lo antes posible. José Baena apenas pudo aguantar ya el dolor de los dedos castigado por el frío. La deshidratación continuada y la escasa calidad de las manoplas fueron claves para tomar la decisión de retirarse. A las 5 de la mañana, en un muro de roca y hielo vertical, sin ver mas allá de tu frontal, se te sale el corazon por la boca y hay que medir mucho los movimientos. Una vez superado este, varias palas de nieve vertical seguidas de varios tramos mas pequenos de roca nos situan en la zona de los escalones. Estaba amaneciendo pero el sol tardaría en dar y el dolor en los dedos de los pies me hace pensar en dejarlo. A las dos horas ya pensaba que, aunque me retirara ya perderia algo de los pies, porque nunca habia llegado a ese extremo que sobrepasa el dolor y ya no los sientes. En ese momento pensé, razonando macabramente que, si de todas formas perdía algo, mejor hacerlo con la cumbre que había ido a buscar. Afortunadamente, pude llegar a mi meta.