Habemus nuevos alcaldes. Es entonces cuando salen a la palestra dos figuras dignas de mención: los babosos itinerantes y los desfaratabailes. Me explico. Ahora está este de alcalde: aquí pongo la baba; ahora cambia y está el otro: allí pongo la baba. He asistido este fin de semana a dos investiduras, y veías a la gente con abrazos y más abrazos, muchos de ellos sinceros, que conste. Pero, ¿y los otros? Ante el nuevo alcalde acuden a reverenciar sus babas aquellos que antes idolatraban al anterior. Todos revolotean alrededor cual polillas a la luz de una bombilla. Palmadas y más palmadas a la espalda. Yo miraba esas efusivas amistades y pensaba: ¿qué hubiera pasado si este hombre hubiera perdido las elecciones? Pues que los babosos hubieran puesto sus babas en otra parte, y encima habrían comentado: "No sé para qué vuelve éste a la política, si ya se tuvo que ir". Y a mí es que me colma esta bajeza de la condición humana. Las amistades se demuestran en lo malo, cuando te ves hundido y te ayudan a levantarte. Propongo al nuevo alcalde leer a Plutarco , aunque ya estará curado de espantos, y lo que debe de hacer es disfrutar del éxito, que recompensa el trabajo hecho. Los babosos a babear, que es gratis. Incluso saldrán nuevos babosos, cual níscalos en otoño, que también arrimarán sus líquidas secreciones en las dependencias municipales. No sé si es peor ser un baboso o ser un desfaratabailes, que haberlos haylos también. Esos que no se sabe si, por envidia o por ser el centro de atención, sacan el punto negativo a todo lo que se dice. Al salir del ayuntamiento me encontré a un baboso profesional, echando babas y comentando: "Qué bien se explica", el mismo individuo que se reía de él viendo su mitín, y a una desfaratabailes que me dijo: "¡Anda con el nuevo alcalde!, ¡que no se ha puesto ni corbata!". Largo camino los cuatro años.

* Escritora