Que suene el despertador a la una de la madrugada no tiene ningún misterio. Lo extraordinario es cuando suena dentro de una tienda de campaña, donde apenas cabemos tres personas y el pic-pic significa devolvernos a la realidad de los 5.200 metros del Campo 1 del Alpamayo. Sólo llegar hasta allí, superando el collado, cargados con las mochilas a tope y en varias cordadas verticales de hielo ya ha supuesto una selección natural y varios grupos quedaron en el Campo Morrena, a 4.600 metros. Los pensamientos se cruzan pero la decisión es firme. Hay que salir, enfrentarse al frío, medir bien las posibilidades a cada paso y subir, subir ligero y rápido.

Acercarse desde el C1 o Campo Collado supone descender a la parte más baja del glaciar para encarar la pared vertical en toda su dimensión, en línea completamente recta, lo que te suma 700 metros de desnivel. Son las 2,30 horas de la madrugada y todo marcha según lo previsto. Dos cordadas guiadas se nos han adelantado y, cuando las nubes lo permiten, podemos distinguir una hilera de luciérnagas en la cabeza de cada escalador por encima de nosotros. Al llegar a la rimaya comprendemos el compromiso y la exposición que requiere la ruta francesa. El puente de hielo que superaba el glaciar ha cedido y el paso tiene que hacerse sobre unos trozos de hielo suspendidos al abismo de la grieta que se nos abre a nuestros pies, en diagonal hacia la izquierda, hasta colocarnos en la parte superior, que en realidad será el comienzo de la escalada.Los movimientos han de ser tan acrobáticos y expuestos que Kake, que va en la cordada delantera, pierde el frontal (linterna) y tiene que terminar la subida a oscuras. Un frontal de reserva de mi mochila le salvaría la visión de la noche poco después.

La mitad de la pared es de nieve dura, compacta, muy segura para nuestras herramientas. Avanzamos rápidos al ritmo de las cordadas superiores. Pero en una vertical de más de 400 metros todo lo que cae se lo lleva el de abajo. Asumes ese riesgo o te retiras, no hay más opciones, es tu decisión. Nunca he sentido tan necesario el casco en la montaña. Los 200 primeros metros nos asegurábamos con estacas que daban mucha seguridad en esta nieve compacta. Pero a partir de la mitad de la pared el hielo duro y quebradizo empezó a hacer mucho más penosa la ascensión.

Amanece y hace mucho frío, empezamos a resentirnos. Se despeja un instante y comprendemos que el mal tiempo se ha instalado en toda la cordillera. La última cordada supone superar 80º de inclinación mantenida y varios pasos de 95º, pero la cumbre está ahí y Kake, con su compañero de cordada nos espera. Hemos ido muy ligeros, no hemos bebido nada en toda la noche, las nubes no nos dejan ver el paisaje pero, un pequeño y aéreo montículo al final de la arista nos confirman que estamos en la cumbre. Un sueño.

Hemos decidido subir sin peso, por eso sólo la bandera de Andalucía y el banderín del Córdoba, lo prometimos al club. Y un trato es un trato. Son las 10 de la mañana y hemos cumplido el horario previsto. La ruta directa francesa es una primera ascensión cordobesa. Otra.