Carmen Ortiz y Angel Fontalba viven en la aldea mellariense de Ojuelos Altos y son dos de los escasos piconeros que quedan en el pueblo

Mari Carmen aprendió a los 9 años y Angel, a los 14. A ambos, que desde hace más de una década son matrimonio, les enseñaron sus padres a "hacer picón" porque, como afirma ella, "aprendimos lo que había, lo que se usaba en las casas para calentarse y para cocinar".

Hoy esta auxiliar de ayuda a domicilio tiene 44 años y se encuentra desempleada, por lo que junto a su pareja, panadero de 39, no ha dudado en volver al campo para elaborar lo que en algunos lugares se denomina "cisco", ya que, como afirma, "todavía hay mayores que lo usan y no encuentran quien lo haga". Por ello, esta mellariense de Ojuelos Altos destaca que hacer picón es "también una manera de conservar el oficio, para que no se pierda".

Ambos explican que se trata de la fuente de energía más barata: "Una bombona de butano dura un mes y un saco de picón, el doble", hecho que ha propiciado que con la crisis "la gente vuelva al brasero, a lo más económico, especialmente los mayores y las personas sin recursos".

Angel Fontalba y Mari Carmen Ortiz venden su picón "por todo el Guadiato" y el precio que obtienen por cada saco de diez kilos es de cinco euros.

Otra de las características de esta fuente de energía, cuya elaboración se prolonga desde el mes de noviembre hasta finales del de marzo, afirma Angel, es que "es muy respetuoso con el medio ambiente, no contamina" y que, "aunque también se puede hacer de jara, sobre todo se usan las ramas que sobran de la tala de las encinas, que ceden los propietarios de los campos, porque ellos no las quieren". De esta forma, señala Mari Carmen "se ayuda a limpiar el campo, a que no se produzcan incendios y a que el árbol se regenere".

Entre lo más positivo de su elaboración, el matrimonio mellariense destaca que "es una forma de autoabastecerte y dar de comer a tu familia; además, estás en el campo, junto a ella", pero también reconocen que "cuenta con sus riesgos porque te puedes quemar y es duro, ya que a veces tienes que recorrer varios kilómetros para juntar las ramas, andando por caminos". Otro de los contratiempos que se pueden presentar "es que el picón no esté bien apagado, que haya un ascua y te arda", explicando que ellos mismos conocen el caso de una familia a la que, una vez apilados los sacos y dispuestos para su venta, "se les quemaron y se quedaron sin nada".

Entre los recuerdos de Angel se encuentra el de los burros que recorrían Ojuelos Altos, a los que los vecinos se acercaban "para comprar picón, llevando sus propios braseros o unas latas". Tampoco olvida que "a finales de los años 80 aquí venían desde Jaén a comprar camiones llenos. Yo tendría unos 15 años", recuerda.

Ojalá que Mari Carmen, Angel y su hijo Manuel --que ya conoce de qué va este oficio-- no sean el recuerdo de "los últimos piconeros".