-Una vida prestada está escrita entre la realidad y la ficción. Pero, ¿quién fue de verdad Vivian Maier?

-Bueno, yo sí que creo que no se puede disociar la niñera de la fotógrafa. No se entiende la una sin la otra. Son muy importantes y eso es lo que en la novela he querido reflejar. Creo que fotógrafo y una persona que se ocupa de los niños son de alguna manera educadores.

-¿Y no te parece eso en sí una relación extraña?

-Si uno piensa que un fotógrafo ve la vida desde fuera y una niñera también, y siempre están en medio de la escena, pero en un segundo plano, y piensas efectivamente que un fotógrafo lo que está haciendo es educar nuestra mirada y una niñera también educa a niños, Vivian Maier era muy especial en eso, tenía unas ideas muy radicales y muy particulares. Creo que sí, que tienen mucho que ver.

-Cuidadora de niños ricos, nunca expuso, nunca mostró sus fotos a nadie. ¿Eso es lo que más te atrae de ella?

-Es lo que más me atrajo al principio, está claro. Porque esa reticencia la hace una rara avis en su época y muy similar a muchos de los escritores que más admiro, como, por ejemplo, Kafka o Robert Musil, que son personas que tampoco se prodigaron mucho.

-En sus días libres, se dedicaba a fotografiar a gente por las calles y, a veces, a sí misma. ¿Qué buscaba en las imágenes ajenas y en las propias?

-Bueno, yo creo que en la fotografía ha buscado siempre personas muy distintas a ella y, al mismo tiempo, también parecidas, muchos marginados, gente sola, enferma. Yo creo que buscaba sentirse no tan ajena como era. Y a sí misma, creo que eso demuestra un poco la teoría del libro de que era consciente de su talento, no una simple niñera, como se ha dicho. Ella lo que está dejando es su firma. Por eso, creo que tenía la intención de dejar eso, pero jugando con la casualidad de que llegara a nosotros cuando ella ya no estuviera.

-Si curiosa es su vida, más lo son las circunstancias por las que ahora se conoce su obra.

-Sí. Y con eso he jugado también en el libro. Es decir, yo he querido dejar a Vivian Maier por encima de sus descubridores y que es ella la que prepara, como si dijéramos, una trampa para que la descubran. Es ella la que descubre a Maloof y no al revés.

-En tu novela no has querido recrear la vida exterior de Vivian Maier, sino la interior.

-Sí, porque de la vida exterior se sabe poco. No me interesan tanto los datos como su relación con el arte. Y eso es lo que quería, meterme en su pellejo, intentar entender por qué no quería mostrar sus fotos.

-Niñera, culta, autodidacta, iba al cine y estaba pendiente de lo que ocurría en el mundo. ¿Algo más que sea singular?

-Sí. Esa soledad que escogió me recuerda a la de Kafka, que él definió como una soledad rusa. No eran personas que se prodigaran en el mundillo del arte pero, por otro lado, tampoco tenía problemas en tener amistades. Lo que sí tuvieron es que no se casaron, no tuvieron hijos. Tenían una vocación tan grande que no les permitía ese tipo de relación que es más absorbente y te coarta la libertad.

-En el libro hablas de otras fotógrafas como Bérenica Abbot o Dorotea Lange. Maier, a diferencia de otras, ¿tenía una sabiduría visual natural o también estudió el arte de la fotografía?

-La mayor diferencia entre Maier y la mayor parte de las fotógrafas de su tiempo es que ellas fueron a la universidad, tuvieron becas y muy buenas relaciones con otros fotógrafos. Y Vivian Maier era una persona seguramente con una memoria visual fuera de lo común y se autoeducó viendo lo que hacían otros fotógrafos.