En el número último, por ahora, de la revista Tapas, en la que tanto, pero tanto tanto, se habla, se cuenta, se escribe de nuestra tierra, como es lógico, porque para tapas tapas, lo que se dice tapas de verdad, las cordobesas. Es nuestro mapa, sin duda el primero... pues hay un artículo precioso en el que se cuenta, de forma a lo Tom Wolfe, que se nos acaba de ir como ustedes saben, el maestro del nuevo periodismo, cómo alguien cuenta de los sabores del pueblo en el que vino al mundo Gabriel García Márquez, que una de las últimas veces que nos vimos fue en un aeropuerto.

-Vengo de Macondo, Gabo……

-De acuerdo, pero le debes llamar Aracataca…

Aún no le habían dado el Nobel, aunque ya se lo merecía. El hecho es que en la revista Tapas se cuenta, cómo buscando el sabor único de aquella tierra, en una especie de corral, le pusieron al cronista viajero, que iba buscando el paladar del Nobel, sopa de lagartijas, y anoté en mi cuaderno de urgencia:

-Aquel día que comí sopa de lagarto en el pueblo de García Márquez.

Cosa que ahora recuerdo, en aquella olla inmensa, hirviente, en aquel calor yo diría que infernal, fuego por fuera y por dentro. Aquella mujer de los gallos negros, y la carne de manatí, que también probé en su día y que estaba prohibida por decreto legal del gobierno, hecho en aquel hervidero con mangos, aguacates, papayas, y que sé yo que cosas más, dos lagartijas, o quizá fueron tres, vivas, dando saltos, moviendo la cola, como cuando niños, al menos yo, les cortábamos la cola, pobres saurios, que después escapaban, rabicortas pero vivas, más vivas que nunca.

Bueno, pues había que hacerlo, y poquito a poco y con cuchara sopera, las probé, y sin terminar el plato, en el que casi todavía daban saltos, restañé la lengua, pobrecita mía, y opiné, con ojos tristes pero mintiendo, claro.

-Riquísimas, son el Caribe masticado, señora…

Les gustó el título para mi crónica desde luego. Y me vino al paladar, insisto, la memoria del lagarto de las sierras de Jaén, de Jódar, con acento en la o, que comí un día hace tiempo y me supo a gloria bendita. Ya conocía servidor el filete de cocodrilo del Amazonas, con aquellos indios del flequillo tipo fraile franciscano español por más señas. O sea, que está uno, incluso en la memoria, dispuesto ya para lo que se nos viene encima, tiempo de carta de insectos, de los que también tengo mi experiencia, porque he comido, no sé si ustedes, además del krill del que comen las ballenas, con Pablo Neruda en aquella casa de doña Antonia de Valparaíso, ni más ni menos, que, oído al parche, las hormigas culonas. Eso sí, bien fritas, de las que nacen y comen del cementerio de Bucaramanga, que saben, bueno saben, a eso que se llama la tortilla de camarones, eso sí, con un paisaje distinto, que la primera vez que la comí en mi vida, la segunda digo, fue mientras cantaba en la Venta de Vargas, servidor con Lola Flores, un niño rubio, de rostro gitanísimo, al que ya llamaban Camarón de la Isla.

Y como brillaban, si bien solo a ratos resplandecían, las luces del elegantísimo traje de torear de nuestro Finito de Córdoba, que lidió en San Isidro el otro día. Lo bueno, siempre, en pequeñas dosis, pero yo lo vi, aunque me hubiera gustado más que saliera por la puerta grande y a hombros de los devotos. Otra vez, será, maestro.

Y escucho Soy español, que no se ha cantado por cierto, en las fiestas de la toma de posesión de Quim Torra. No, pero ni falta que me hace, porque este mes que viene servidor lo va a escuchar, sí señor, en el Teatro Real de Madrid, cuando lo cante José Manuel Soto, pelo blanco, ya a estas horas, en El Rocío, como tantos otros lo están, incluido servidor, que si no con el cuerpo, estaré con el alma, esta noche, ya saben, y con la lágrima puesta. O sea, como cantaba don Sinatra, que hace veinte años que se nos fue, aquello de A mi manera, a Ava Gardner, que ya lo he contado tantas veces que me da grima volverlo a contar otra vez. Y buena, buenísima, la foto de la revista Hola! -que no necesita de mi publicidad- de Froilán en la lista de los herederos de la corona de España, que ama tanto a los caballos. Aparece el joven empujando la silla de ruedas del torero de Jerez amigo de su hermana. Para un buen cartel de toros si duda.

Y ese libro que recibo y en el que ya leo la muerte de nuestro paisano el gran Séneca, la sabiduría del imperio, impresionante, de Alberto Monterroso. Como el de Antonio Manuel, sobre el flamenco y la arqueología de lo jondo, donde busca y encuentra por caracoles: «La puerta de tu casa nunca está abierta, la llave es de plata, nadie la encuentra…».