Sí. Con solo dos dedos, en la vieja maquina de escribir, y 28 letras, las del abecedario español, Gabriel García Márquez, al que algunos llamábamos Gabo, escribió un mundo entero, inventó planetas, puso en pie personajes. Y me dijo un día: "Compa --fuimos muy amigos-- que sepas que yo no he tenido que inventarme nada, no te olvides que he sido reportero de sucesos en un periódico de Colombia".

Llevaba razón el viejo compadre, que ha escrito su propio evangelio con su muerte, con el recuerdo de su vida, esta semana. Adiós Gabo, adiós, del que tanto aprendí, presumido y admirado, genial gabo, periodista enorme, adiós. Y aunque mañana en Bellas Artes, que yo conozco tanto, en México, velen tu ceniza, que sepas que nunca serás ceniza, porque tu fuiste, eres, vas a seguir siendo, el creador de lumbre más grande, después de Cervantes.

Ay, estos días, que siempre tienen un primer ventano negro abierto sobre el claro valle de la vida. También se nos fue un amigo que se nos murió de amor, de tristeza, era la crónica de una muerte anunciada. Junior, aquel que lo dejó todo para seguir una luz, una sombra. La de Rocío Dúrcal, que se puso el nombre de un pueblo cercano al camino que va a Córdoba. Muerto en la cama en la que se apagó la Marietta. Yo le hice la última entrevista de su vida, digo a Rocío, portada y veinte páginas de Hola , con la carita ya redonda, calva, con sombrero, en su casa de Torrelodones sobre el paisaje velazqueño.

Adiós también a las torrijas, que es una forma del dolor hecho sabor. Llega el tiempo, me dicen, de los caracoles, nuestros. En la esquina de una taberna de Sevilla, que los caracoles son también vigilia, ni carne ni pescado, otra cosa bien distinta, que además parece ser que curan las heridas del cuerpo, me confiesa un hombre "jarto e vino" tras una muralla de cáscaras de caracol.

Y también quiero contarles, ya que es actualidad, que Arias Cañete, nuestro hombre en Europa, que es de por aquí cerca, más al sur todavía, de Jerez, va a defender nuestro aceite de oliva, y buena falta que nos hace al corazón del viejo continente, y que el nuestro, lo sé, le cae particularmente bien. Lo que indica su sabiduría.

Me cuentan que por eso, Bertín Osborne vende su cortijo sevillano, que si usted tiene a mano seis millones y medio de euros, se lo queda, aunque puede haber regateo. Bueno, pues me han dicho que quiere tener menos cortijo y más olivo. Y a mojar sopas, que bien de acuerdo que estoy con el popularísimo compañero Iñigo, que además de publicar un libro sobre su vida y ser de nuevo el hombre que narrará la Eurovisión, ha hecho el canto del babero, sí, sí, el babero de ponérselo, con un botón, a la hora de comer y como prenda de uso necesario y urgente. Me apunto chemari.

¡Mira que si al final torea Finito! Y ese mano a mano, ya mismo, en unos días, de Eduardo Mendoza y Paco Solano, presentando libro de nuevo, en la Feria del Libro.