Con todo demostrado en su carrera de actor, Ricardo Darín defiende que siempre hay que estar activo, en movimiento, y, sobre todo, romper con lo establecido. «Hay que cachetearse un poco, hay que darse un par de hostias para salir de la situación de confort, no es muy creativo el confort».

Eso es lo que busca en sus nuevos proyectos, retarse a sí mismo y encontrar nuevos desafíos, como su papel en Nieve negra, un monstruo que él considera el héroe de la historia, un hombre hosco, aislado y a ratos inhumano frente a la sensibilidad que muestra su hermano en la ficción, interpretado por Leonardo Sbaraglia.

«Los malos me encantan, los villanos me encantan», afirma entusiasmado Darín, para quien su trabajo es «permitirse el atrevimiento de fantasear con vivir otras vidas». «Me gusta vivir las vidas de tipos que para mí son inimaginables, yo soy demasiado bueno, entonces necesito hacer de malo», agrega antes de reconocer que hay que cambiar: «Llega un momento en que uno, de la misma forma en que el público se cansa de que uno haga personajes similares, también se cansa, hay que buscar un poco de diversificación para encontrarle el caldo». Bromas continuas y risas jalonan una entrevista que se desarrolla en la sede madrileña de Casa América, durante uno de los múltiples viajes a Madrid del actor argentino, en este caso para ir preparando su regreso en septiembre a los escenarios teatrales españoles con Escenas de una vida conyugal, junto a Érica Rivas, obra que ya representaron con gran éxito en 2015. Durante sus cinco décadas de carrera --debutó en el teatro con solo 10 años y acaba de cumplir 60-- Darín ha alternado sin descanso el cine con la televisión y las tablas y escoge sin dudar el teatro como el medio ideal de expresión para un actor.

«Es incomparable lo que ocurre entre dos colegas sobre un escenario lidiando con un acontecimiento fuera de pronóstico», explica el protagonista de Nueve reinas o El secreto de sus ojos. Considera que «el cine no es de los actores, es del director, del editor y de tantísimos aspectos altamente creativos y técnicos», mientras que en el teatro «cuando se abre el telón ni el director figura».

«Estás solo, no te salva ni tu madre, eso es lo que tiene de vertiginoso y de peligroso, de adrenalínico, no se parece a nada, la devolución es inmediata, no hay comparación», afirma con pasión. No es menor la que siente por el cine. «Las historias cinematográficas te permiten viajar lejos, en el amplio sentido del término, no solo para darnos a conocer y dar a conocer la historia, sino que después puedes ir a esos lugares a hacer teatro», explica entre carcajadas. Aunque al final lo que le importa es la historia.

«Lo que verdaderamente me puede tener dentro o no de un proyecto es la historia, si la historia me va, puedo considerar todo lo demás, pero primero es la historia, el cuento, de qué se trata, qué me quieren contar», señala. También ayuda el poder «visualizar un personaje con entusiasmo», algo que no le falta al actor, que saca punta a todo y principalmente a sí mismo. «No sé cómo la gente no me va abofeteando por la calle de aburrimiento», dice Darín y gesticula de forma exagerada: «¡Otra vez tú, ta ta!», exclama simulando bofetadas. También asegura que está cansado de tener las historias enteras sobre sus espaldas. «No se puede estar tanto tiempo en pantalla, es desgastante».

Esa fue una de las razones por las que eligió interpretar el personaje secundario, el de Salvador, y no a Marcos, que acabó en manos de Sbaraglia y que era el papel que le había ofrecido en un primer momento Martín Hodara, director de Nieve Negra, una película que llega hoy a los cines españoles. Le encantó la complejidad de Salvador y lo justificó ante Hodara diciendo que era demasiado mayor para interpretar a Marcos, un hombre de poco más de 40 años, con una mujer joven (la española Laia Costa) con la que espera su primer hijo.