«Había mas estrellas en el suelo que en el cielo», dicen las leyendas de los titulares de casi todos los años, de la noche dorada de Hollywood, a la que alguna vez asistí para contarlo. Pero no podía imaginar que, tiempo después, podría decirlo de mi cielo más cercano, y más verdad que nunca. Porque este jueves, día 10 de agosto del 2017, ocurrió el milagro. Y vi las estrellas, las Perseidas, más cerca que nunca las había visto, en la hermosa noche, fabulosa noche, inolvidable noche de Villaharta, nuestra puerta de Sierra Morena, donde pude asistir al espectáculo formidable.

Porque esa noche del jueves en Villaharta, uno de los pueblos más blancos que he visto en mi vida, había más estrellas en el suelo, y dentro de la leyenda de las Perseidas, que son por estos días, como saben, cuando en el cielo se reúnen y son vistas por nuestras geografías. Pero esa noche, que insisto no olvidaré jamás, en la villa cordobesa, pude conseguir los dos milagros juntos.

A saber. Porque a la caída de la tarde, cuando como decía San Juan de la Cruz, seremos examinados de amor, una a una, en mi conferencia, o lo que fuera, porque fue incluso un descubrimiento para mí, yo conseguí bajar, cómodamente, felizmente hallado, una a una las estrellas de mi universo particular, de mi humilde cielo personal, profesional, para acercarlas a un pueblo sencillo, culto, respetuoso, guapo, que me escuchaba. Me había invitado ya hace un año el alcalde, Alfonso Expósito, buen alcalde por cierto, y por lo oído y visto, a pronunciar una conferencia o discurso o pregón, de lo que quisiera, en estas fechas de agosto que, dada su devoción por el agua, se llaman de aguosto, y que durante días hablan del agua.

Recuerdo aquel día que yo acudí en México al apareamiento de las ballenas de la Laguna del Ojo del Indio, y Jacques-Yves Cousteau, a bordo del Calypso, me aseguró:

--Fíjese que el planeta en el que estamos, en el que vivimos, debía llamarse Agua y no Tierra, dado que si se ve en un simple mapa de colegio son tres las partes de agua y una sola de tierra en la que nos encontramos…

Así que hablé del agua en esa hermosa sala del pueblo de Villaharta, que hace honor a su lema, «fuente de salud y vida». Y además, y por si fuera poco, me presentó nuestro Miguel Hernández de Sierra Morena: el inmenso poeta Alejandro López Andrada, que recogió mis huesos mortales en la estación de Córdoba y me trasladó hasta Villaharta, tomen nota, la más blanca de las villas que he visto en mi vida, y miren que uno ha estado en las islas del Egeo, pero no hay cal más fuerte, ni sana, ni nuestra que la de este pueblo de 700 habitantes, de calles limpias y empinadas, una por ejemplo que se llama de Manuel Azaña. Otra de Pablo Picasso, etcétera. Para empezar en aquella terraza sobre el paisaje de la encina recordé cuántas veces el genio Aurelio Teno me habló de su pueblo tan querido, donde más de una vez también yo le visité aquí cerca, en Pedrique, entre sus Cristos, sus toreros, y aquel mágico mundo suyo, único, por el que tantas veces paseé de su cintura.

¡Cómo pasa el tiempo, cordobeses! Y, sobre todo, la alegría de conocer gente nueva, gente formidable como por ejemplo el maestro Emeterio Gavilán, experto en libros románticos y en revoluciones centroamericanas, de las que yo he sido cronista superviviente, gavilán en tierra de águilas, pueblo hermoso de las aguas que te curan la piedra del riñón, y donde el alma se hace más leve y sorprendida. ¡Y yo que pensaba que no me podía ya sorprender por nada! Tranquilidad, serenidad del cuerpo y del alma, buena gente, encinares, aguas de la salud, sangre de la vida... Ahí abajo blanquea la casa donde sigue veraneando Rafael Cremades, que viene con su familia...

Lo anoto todo en el cuaderno de la memoria, que aquí se me abre con sus páginas en blanco. Me siento esta hermosa y larga tarde aquí, receptivo, y a la par comunicativo, recordando mis aventuras. Che, Fidel, el emperador de Etiopía, Manolete, que no nos falte, Neruda, desde luego, los poetas, vivos y muertos, Picasso, Franco incluso… Marilyn Monroe, que ahora es noticia, ahora y siempre para mí...

En el AVE de vuelta, luego de la noche en el balneario, en la mitad del útero de la Sierra Morena, después de comprobar que seguían ahí arriba, de tan limpio el cielo, las estrellas del recuento, me asomo al libro que me ha dedicado Alejandro López Andrada, que está prologado por el inmenso poeta Antonio Colinas, en el que le define como «el poeta que trabaja con el lenguaje limpio de las palabras, viejo amigo mío ya, aunque le haya conocido hace muy poco, el poeta de la claridad». Para ponérselo en las tarjetas de visita...