Podían ser las palomitas de maíz que dan en algunos cines, aunque nos arriesgamos a que el de al lado las coma y nos da toda la película, como ocurre tantas veces. Así que las nuestras son de lo nuestro, que cada día me gusta más el papel. Acariciar el papel, aunque a veces manche las manos el papel recién impreso. Me pasa igual con los libros, de ahí que les recomiende hoy el de Carmen Chaparro, la niña de la tele, que es columnista y escribe muy bien. Su libro se titula No soy un monstruo. Siempre es bueno recomendar un libro, verlo, tocar sus páginas, que en el fondo son pieles de árbol vivo. Por eso me viene a cuento el programa con Antonio Banderas de nuestra Toñi Moreno. A veces, esta semana sobre todo, hablo con ella. Más que aconsejarle, aprendo. Es valiente y lo demuestra. Cada día en Canal Sur y un día a la semana en el diván con un famoso. Creo que se acerca Lolita. Yo le presté toda la larga entrevista que mantuve con su madre. Tanto que Lola dijo un día en Miami: «Se cree Tico Medina que me está escribiendo mi vida y que yo me voy a morir antes que él. Está equivocado, yo soy como quien dice eterna». Y lo sigue siendo. Por eso cada día que se habla de ella sube la audiencia. Su resplandor interesa.

Pertenece a la galería de los inmortales, como Gloria Fuertes, que en nuestra tierra ha tenido tanta fuerza. Le gustaba mucho el sur, en general, bien que lo recuerdo. Yo escribo siempre de lo que sé. La vi la última vez en su pisito cerca de la Puerta de Alcalá. Se reía de sí misma. Me confesó: «Fíjate, Tico, que me está creciendo la barba. Voy a tener que afeitarme». Era un gigante del poema. No le gustaba la palabra poetisa, ni a mi tampoco, poeta, y sabe a poco. La sigo leyendo.

Me da alegría saber que nuestra poeta Juana Castro se ha atrevido con un libro difícil como es la propia vida de María Zambrano. A ver si me hago del libro inmediatamente para saber de esa dama que aderezó el lenguaje viejo, lo reunió amorosamente, los cardos y las margaritas, y que es mucho más que el nombre de una estación, la de Málaga, ya saben.

Me gusta mucho, muchísimo, hablar de la cultura cordobesa. He vuelto a Ricardo Molina, perdón, don Ricardo Molina. Me gusta y lo paladeo; sigo pensando que siempre me sabe a poco, siempre me crezco con él. Fue, es, un maestro de verdad.

La Semana Santa cordobesa está a punto, aunque siempre lo ha estado. Yo la voy sintiendo por nuestro periódico, que, por cierto, ha hecho con el libro de los ríos un verdadero documento del agua en Córdoba.

Quiero decirles cuánto me gustó leer en estas páginas la verdadera historia del pastel de Manolete, que yo compraba siempre, creo que a la altura de Guarromán, y que estaba tan rico. Doña Angustias esperaba siempre que su hijo volviera de torear, porque, además de verlo vivo, el paladar se le hacía divino.

Vi, espero que ustedes también, lo de Bertín Osborne con Lucía Bosé, la dama azul, que yo le puse de nombre en su día, y ha vuelto a poner en la mesa aquel plato que hicimos juntos, en el estudio de Otero Besteiro, con una margarita dentro, y lo cocimos entre Natalia Figueroa, la esposa de Raphael, Lucía y un servidor. Ahora sostiene un huevo de avestruz, que me traje un día de Sudáfrica. ¡Cuánta memoria, de la que vivo, cuántos recuerdos por los que muero!

Se nos murió la infanta doña Alicia Borbón-Parma, a la que yo conocí y entrevisté en su casa del campo. Con ella hablé un día largo, sobre todo de caza. También de su fundación. Salió en la charla la «hermosura de los caballos árabes, sobre todo, si eran cordobeses». Siempre Córdoba, en todos los sentidos, y en todos los recuerdos, siempre actual.

No quiero olvidar, al final de esta última de hoy, que me gustaría saber cómo puedo ayudar a nuestro obispo en África, Juan José Aguirre, al que tuve el gusto de saludar, si bien fugazmente, el otro día en la estación, esa estación que huele a aceite de oliva. Es un personaje que merece la categoría de los únicos, sin duda. Es más. Les digo que de estar sesenta años más joven, me hacía misionero en tierra de peligro. Siquiera para agradecer que siempre encontré un misionero español en las tierras más duras. ¡Cuántos recuerdos! Y la copla que va y dice. «Echa tus penas al viento / Y que el viento se las lleve». No sé dónde lo he recogido, pero está muy cerca de la saeta. Eso sí, multiplico lo que me dijo el otro día un viejo que iba buscando novia, en mi programa, que es el suyo de televisión, en Canal Sur, de máxima audiencia, ya saben.

-Señor Tico, las mejores saetas las cantan en la Semana Santa de los pueblos de Córdoba, y son las gentes que no conoce nadie porque cuentan lo que sienten.