-Ha pasado por Córdoba para inaugurar el curso en la Cátedra de Flamencología. ¿Distinguen estos estudios a Córdoba dentro del mundo de este arte?

--Absolutamente. La distinguen y diferencian. En el ámbito de la educación, sobre todo en cuanto a la guitarra flamenca se refiere, es el epicentro.

-‘Del instinto animal a la creatividad’ fue el título de su conferencia. ¿Qué pretendía bajo ese singular epígrafe?

--Es un recorrido breve sobre la búsqueda del animal que llevamos dentro y que, en ocasiones, se manifiesta en las artes, en general, desde las cuevas de Altamira hasta muchos flamencos, como La Tomata, por ejemplo, que era absolutamente felina cuando bailaba y cantaba. O Lola Flores, otra artista que también tenía ese toque. También en la pintura, como el trazo que le salía a Goya de su interior más recóndito. El flamenco recoge el abanico de sentimientos que somos los seres humanos, y Andalucía hace el milagro de transformar lo negativo en positivo. No hay mejor autoayuda que la de ponerse a bailar en un mal momento.

-Le dedicó su discurso a Agustín Gómez. ¿Qué ha supuesto su figura en el mundo del flamenco?

--Ha sido fundamental. A Córdoba le dio una proyección de mucha categoría, y a mí me dedicó un momento que no olvidaré, porque me hizo sentirme más cordobesa que nunca.

-En su época no había lugares donde estudiar baile flamenco en Córdoba. ¿Cree que su forma de expresarse sobre las tablas hubiera sido distinta?

--Nunca se sabe. A mí me sirve la observación de los demás. Hubo un momento en que sentía dolor y congoja por no saber dónde asirme, pero, al cabo del tiempo, he visto que es lo mejor que me pudo pasar, porque me marché de Córdoba con un conocimiento que, aunque muy básico, fue un pilar importantísimo.

-¿De qué se ha alimentado su danza?

-De mí misma. Y no crea que no he sufrido por ello, pero tiene su recompensa porque no te pareces a nadie.

-¿Tiene límites el baile flamenco?

--Límites, no. Pero sí hay que guardar las estructuras fundamentales que cimentan nuestro arte, esas lindes no se pueden diluir. Todo aquello que se diluye dejar de ser lo que fue.

-¿En qué ha cambiado esta disciplina a lo largo del último medio siglo?

-Ahora se estudia más. Hay más técnica, pero también con eso hay que tener cuidado porque llega un momento en que si quieres amaestrar un ritmo, al final el que termina amaestrado eres tú, porque tu baile se convierte en algo robotizado.

-¿A quién considera una referencia dentro del baile flamenco actual?

--A Olga Pericet. Cuando baila flamenco, es la más flamenca.

-Es dueña de uno de los mejores tablaos flamencos del mundo, El Corral de la Morería. ¿Es la mejor escuela?

--No hay mejor escuela. Yo me he hecho ahí. Y por allí he visto y sigo viendo pasar lo mejor del pasado y del presente del flamenco.

-Usted ha dejado un importante legado dentro del baile flamenco, ‘La soleá del mantón’. ¿Qué sintió al pasar el testigo de esos flecos en los que se envolvió durante tanto tiempo?

--Sentimientos encontrados. Es toda una escuela del manejo del mantón, y te da sentimiento desprenderte de algo tan tuyo. Además, era bailar al silencio, algo que comprendió antes el público que los artistas.

-Tiene muchos reconocimientos, el último la Medalla al Mérito en las Bellas Artes, que recogió a la vez que Vicente Amigo, pero, ¿qué ha sido lo más gratificante de su carrera?

--El reconocimiento de mi tierra.