«Es la última oportunidad, si no lo localizamos ahora, será muy difícil reunir una nueva batería de testimonios y pruebas consistente para hacer otro intento». Víctor Fernández, uno de los promotores de la nueva búsqueda de la fosa en Alfacar (Granada), es consciente del reto. Esta cuarta búsqueda podría ser la definitiva para arrojar luz sobre el paradero de los restos del poeta Federico García Lorca, el maestro republicano Dióscoro Galindo y los dos banderilleros anarquistas, Francisco Galadí y Joaquín Arcollas. Y paradójicamente, vuelve sobre los orígenes, sobre el lugar donde siempre se pensó que fueron asesinados y enterrados, solo que esta vez con una retorcida vuelta de tuerca: en 1986, los trabajos para construir el parque de homenaje dejaron a la luz los huesos y unos trabajadores los metieron en un saco, enterrándolos bajo la fuente que, cada año, preside los actos de aniversario de su fusilamiento.

La petición parte una vez más de la familia biológica de Galindo y de los «herederos intelectuales» de Arcollas, CGT-Andalucía, al no tener descendencia. Ellos son quienes siempre han llevado la voz cantante para reclamar la localización de la fosa y la exhumación de los restos, frente a la tajante oposición de los descendientes de Lorca. Una negativa que ha dado pábulo a multitud de teorías conspiratorias sobre el paradero final del poeta y sus compañeros de infortunio. Junto a ellos, los encargados de darle forma al proyecto han sido el periodista especializado en temas lorquianos Víctor Fernández; el hispanista Ian Gibson; el experto en georradar Luis Avial; el abogado Enrique Ranz, promotor de la exhumación del Valle de los Caídos, y el antropólogo forense Francisco Etxeberría, referente internacional sobre desaparecidos..

La primera búsqueda oficial se sustentó en la versión que le dio al escritor Manuel Castilla Blanco, que ese 18 de agosto de 1936 ejerció de enterrador. En 1986 condujo a Gibson a un paraje junto a un olivo y una acequia y le aseguró que los enterró allí. Siempre fue la versión más aceptada, pero sufrió un vuelco cuando en 2009 no se halló nada.

Un secreto a voces

Tras el chasco, comenzó a cobrar fuerza lo que era un secreto a voces en algunos ámbitos granadinos, revela Cecilio Gordillo, coordinador del grupo memorialista de CGT-A. Que el fusilamiento fue desde el olivo hacia abajo, y no hacia arriba desde la entrada al parque, como se había buscado, y que los huesos habían sido movidos por unos obreros cuando se construyó el parque en el año 1986. Por una carambola de la fortuna, en vez de arrojarlos a la basura los metieron en un saco y los enterraron bajo la fuente del parque. Un argumento que incorporó Gibson en la reedición de su obra El asesinato de Federico García Lorca.

«En esa época hablé con miembros de la comisión técnica encargada del parque, pero no sabían nada», explica Gordillo, «sin embargo, otros trabajadores de la zona confirmaron que sí, y hablaban además de que junto a los huesos había una muleta de madera», que podría haber pertenecido precisamente a Galindo, conocido como el maestro cojo. Otro de los testimonios procede incluso del exvicepresidente de la Diputación de Granada Ernesto Antonio Molina. Las prisas por terminar el parque para la conmemoración del 80 aniversario del fusilamiento, el temor a ser denunciados por no notificar el hallazgo de huesos o el miedo aún imperante en la zona a hablar sobre las fosas podrían explicar por qué la historia se mantuvo tanto tiempo en silencio, razona Víctor Fernández. «Si aparece algo, se lo deberemos precisamente a esos trabajadores».

Fernández explica que intentaron sustentar la teoría con datos científicos, como el análisis del georradar. Aunque la prueba la realizaron sin autorización, y por tanto deberá ser repetida de forma oficial, se apunta a la existencia de «algo que no tiene que ver con el mecanismo de la fuente». E insiste en que las simulaciones que han realizado muestran señales compatibles con restos humanos. La primera fase del proyecto que han presentado, y que ha sido aprobado por la Junta de Andalucía, se centraría en el punto que los testimonios sitúan la fosa donde se encontraron los restos que se movieron en un saco. «Quienes construían el parque eran albañiles, no forenses, por lo que es muy probable que cuando vaciaron la fosa dejaran algo, ya sea pequeños huesos, botones», señala. En segundo lugar se intervendría bajo la fuente, donde solo hay una capa de cemento de 20 centímetros de espesor. Si hubiera restos, su estado de conservación no sería bueno debido precisamente a la humedad.

Y después, ¿qué? Si hay restos, habría que identificarlos para localizar al maestro y al banderillero, y los restantes se dejarían en el lugar. Si no hay nada, reconocen Fernández y Gordillo, se habrían agotado todas las opciones. «También se rumoreó que la familia Lorca los había desenterrado y llevado los restos a otro lugar, algo habitual que hemos visto en otras fosas», apunta Gordillo.

El destino final del poeta sería entonces un misterio irresoluble porque «cada vez van quedando menos testigos de aquella época y además, hoy por hoy, no hay datos que sustenten una nueva ubicación».