Tarde, pero mejor es tarde que nunca, la alcaldesa de Córdoba, Isabel Ambrosio, me envía su feliz 2018. Muchas gracias alcaldesa, a la que tengo ganas de ver, así de cerca, personalmente, pero sobre todo las gracias porque recibo esa tarjeta de plata en la que dice: «La ciudad brillante ilumina tus deseos».

Gracias, Dios se lo pague. A ver si un día nos conocemos siquiera personalmente, que no todos los días se besa la mano a una mujer que además de guapa, como buena cordobesa, es también la jefa del Ayuntamiento. De todas formas, apunto este presente y lo guardo, y me da pie a recordar que a veces los recuerdos, dada mi edad y lo mucho que he vivido, -que vivir para contar es mi lema y mi oficio- son los que dan cuerda a mi vida, aquel día que en Túnez, la de las puertas celestes, me hice de una lámpara de Aladino, recordando aquella historia -fue en los bazares de aquel pueblito tan blanco- que me prometieron en un viejo sefardí.

-Si usted la frota pensando en lo que desea, que sepa que verá una luz, una luz como un resplandor de pronto, y entonces, sin esperar porque dura poco, pida, no le importe pedir, que algo le será concedido. Pero pida por lo menos tres cosas, que Aladino puede atenderle; eso sí, que no sean imposibles…

Cierto, y «le vendrá un resplandor». Me dijeron. No la he usado mucho, continúa ahí, entre mis libros, pero de pedir, hoy mismo, yo le pediría al genio oculto estas tres cosas, y más tratándose de esa «luz brillante», que la tiene nuestra ciudad, también sus alrededores que yo conozco muy bien, a la ciudad y sus pueblos.

Primero: que siga siendo lo que ya es, la primera en su amor, su generosidad, que en el hospital Reina Sofia me gustaría aparcar un día mi viejo corazón herido. Y que continúe la generosidad, la eficacia, de los mejores trasplantes. Y a mí, bien cerca, mis queridos amigos.

Segundo: que por fin me decida de una vez y con la anuencia médica necesaria a estar, si no dentro, cerca de esa tierra a la que tanto me une, que el otro día me encontré en el VIP de Madrid, en el aeropuerto, con el maestro José Manuel Cuenca Toribio, y se me ocurrió preguntarle:

-¿Y dónde va usted, maestro?

Y me respondió muy serio, como quien sabe bien dónde se queda aunque el AVE vaya a Sevilla, que también va, por lo menos este.

-Eso no se pregunta, mi amigo. Voy a Córdoba, y además me quedo también en Córdoba.

Y la tercera: que le pido a la ciudad que brilla como la lámpara de Aladino que por fin tenga la suerte de poder abrazar personalmente, digo, a Gerardo Olivares, que veo en el cine del AVE su película Hermanos del viento, la historia del niño, el cazador y el águila, y que me fascinó desde el primer plano hasta el último. ¡Es tan bella de imagen y de sentido! Me encantó, dicho sea de paso, y por si fuera poco, ese actorazo que es Jean Reno, que más que francés es gaditano de sangre y de geografía…

Mi lámpara de Aladino esta ahí, entre tanta memoria, tantísima. Por eso no quiero ni debo olvidar aquellas dos grandes revistas que han anunciado su cierre -Tiempo e Interviú- en las que además algún día escribí y que me leía todas las semanas, hasta la última, que tanto me gustaría decir por ahora, aunque no creo mucho últimamente en los milagros humanos. Les hablo, les escribo, para que las palabras no se las lleve el viento, que va a hacer mucho por cierto esta semana que empieza, según los partes meteorológicos

Dos grandes que desaparecen, llenas de firmas, de historias, viejos directores amigos, columnistas, entrevistadores, colaboradores, periodistas... El naufragio de los medios en el tiempo que vivimos. A mí, que adoro el papel, que tanto me gusta tocarlo, acariciarlo, y el recuerdo de cuando Interviú fue hasta México y yo que era el corresponsal de la tele en América. Hice la gestión con el presidente López Portillo para que recibiera en el palacio de Los Pinos, al pie del retrato de Benito Juárez, al jefe querido Antonio Asensio padre, que quería editar la revista en ese país. Yo estuve cerca de esa visita.

Y le dijo el presidente, que me lo contó después Asensio:

-Me ha dicho que adelante, que lo hagamos, pero eso sí, que tenga cuidado en dos cosas. Una, que en los desnudos nunca se vea el pelo del pubis, y que no se toque para nada al presidente de México, sea el que sea que esté en el puesto.

En fin, siempre una brizna de recuerdos, que es lo que ya más me van quedando, y para eso, pues eso, froto la lámpara de Aladino de mi memoria y lo traslado a esta última página ya tantos años en pie.