-‘Gornú’. Con ese título va a poner a los lectores a pensar.

-Le di muchas vueltas, lo pensé mucho, y al final llegué a la conclusión de que lo mejor era llamarle Gornú, para no complicarme pero puede ser una palabra complicadísima. En mi cabeza no lo era.

-Ha escrito sobre bicis, sobre lo que pasa cuando los semáforos dejan de funcionar, sobre cómo hacer punto y deshacer la vida y ahora sobre las posibilidades que ofrece el desempleo. Desde luego, inspiración no le falta.

-La inspiración siempre está ahí, justo al lado de la pereza.

-Gornú es una distopía sobre el paro y al mismo tiempo una ficción exagerada de todo lo que le pasó cuando la despidieron de una editorial. Siempre escribe de las cosas que ve porque es incapaz de inventar nada. Con la vida que llevamos, temas no le faltarán.

-Mi generación ha tenido muy mala suerte porque ni siquiera hemos podido hipotecarnos o vivir la ilusión de la burbuja inmobiliaria orquestada en los ‘90. Crecimos directamente en un ambiente completamente hostil. Somos tan creativos porque no tenemos nada que perder.

-Paul Lafargue, el yerno de Carlos Marx, defendía el derecho a la pereza. ¿El trabajo, aparte de la nómina, ayuda a realizarnos?

-Por desgracia, cuando dos personas se conocen, suelen tardar unos dos minutos en hablar de su trabajo. La gente piensa que su trabajo les define, cuando en realidad la personalidad se forma los domingos por la tarde.

-Escribe en su libro que hay que renunciar a ser feliz en el trabajo, mientras tengas dinero en la cuenta.

-Claro, lo importante en esta vida es poder hacer en cada momento lo que se quiera, por eso hay que tener las espaldas bien cubiertas.

-Está terminando una novela a la que no consigue ponerle punto final. La iba a titular ‘Todo va a salir bien’, pero se arrepintió. ¿Qué salió mal?

-No consigo terminarla porque me estoy distrayendo mucho y, en realidad, nada está saliendo bien: los libros de autoayuda solo autoayudan a llenar las arcas del que los escribe. Y hay que estar muy concentrado para conseguir ser así de cretino.

-¿Ser finalista del Herralde le ha hecho pensar en algún momento que el éxito es posible?

-Yo me siento una triunfadora porque me levanto y me acuesto feliz todos los días pero sí, estar entre los finalistas del Herralde, fue un huracán de ánimos.

-Cuando la despidieron, comenzó a escribir todos los días. Fue terapéutico. ¿La sensación de fracaso le pudo alguna vez?

-Claro, quien no se ha hundido, no se ha levantado. Al final el fracaso es un proceso muy instructivo, vuelves con muchas ganas de venganza y es que ya dijo Francisco Casavella que las novelas se escribían para vengarse.

-Usted pertenece a una generación de la que se ha escrito que vivirá peor que la de sus progenitores. Pese a que tienen carrera y hablan idiomas. La generación mejor preparada de la historia.

-Somos la generación mejor preparada para las redes sociales. Podemos conseguir cuarentaicinco me gustas en un tuit pero no conseguir los mejores filetes del carnicero. Si pudiéramos exiliarnos a Facebook se quedaba el país vacío.

-Dice de su generación que están condenados a ser VIRCOS (Vírgenes de Cotización). ¿Hay vida después del paro?

-Después del paro hay un orgullo de amante despechado, el sistema me ha dejado diciéndome «no eres tú, soy yo».

-Pese a vivir momentos difíciles, el humor y el entusiasmo no la dejan. ¿Cuál es la receta?

-Quiero que cuando rueden las cabezas, nos cojan peinados. Lo importante no es sufrir, sino que no se nos note mucho, que es un sentimiento muy de la generación de nuestras abuelas: esa sí que es la generación mejor preparada de la historia. H