-Su libro lo firma usted y su alter ego, Fernando Lamboa. ¿A cuatro manos se escribe más rápido o ponerse de acuerdo cuesta más?

--Cuesta más. Hay que conjugar dos estilos, pero es más divertido.

-Recupera en su libro la figura de Juan Ángel Santacruz de Colle, un lingüista que murió en 1976, por una promesa familiar. Dígame.

--Una tía abuela mía, a punto de morirse, pidió verme y contarme una historia. Y esa historia era la de un negro africano que le contó a su vez a ella la historia de Santacruz de Colle, que había tenido una relación con un familiar. Eso da origen a un contexto donde el único propósito que ella tenía es que ese hombre, que ya estaba muerto en ese instante, no muriera definitivamente, sino que alguien pudiera perpetuar su memoria.

-Santacruz de Colle era experto en libros antiguos pero también un estafador de falsos incunables.

--Sí, porque él se dio cuenta de que con eso que llamamos erudito no se gana dinero. Eso fue en una parte de su vida poco edificante. Luego cambió mucho a lo largo de su trayectoria.

-Aviador postal, dueño de una plantación de clavo y promotor involuntario de la revolución de Zanzíbar. Vamos, todo un personaje.

--Todo un personaje, un aventurero y también se le podría calificar de filántropo. Ha sido muy útil a nivel personal investigar sobre este hombre.

-Su libro habla también de la relación entre literatura y pintura.

--Cuando concebíamos el libro con Laboa, pensamos en conjugar una idea que ya era de Santacruz, que es la idea de demostrar la equivalencia entre pincelada e idea y sentimiento.

-Cuando se mira al espejo ve el rostro de Facundo Laboa y no el suyo. ¿No comienza a preocuparse?

--Sí, sí. Es más guapo que yo y tiene más éxito con las mujeres. Esto es broma (ríe). Pero la verdad es que sí es un personaje que a mí me seduce especialmente cuando habla en su tono y su forma de abordar la literatura.

-Usted es un entusiasta del relato. Él, su heterónimo Facundo, vive del cuento. ¿Ambos tienen claro que el ser humano es poliédrico?

--Sí. Totalmente claro. Y así se manifiesta este libro de relatos, donde hay una conjugación entre el esfuerzo de superación o la búsqueda de algo y, por otro lado, esa idea de calma que supone el acomodo. De ahí el concepto de ausencias y acomodos.

-¿Tiene algo de Pessoa, por sus heterónimos, o de Borges?

--De tener algo, sería más de Pessoa que de Borges, ciertamente.

-Compagina la escritura con su trabajo como ingeniero de caminos. No me diga que la literatura le parece una autovía.

--(Ríe). No. Me parece más una línea férrea. Yo soy ferroviario además. Si tuviera que buscar esa analogía, me quedaría con el ferrocarril.

-En los próximos meses publicará ‘Nadie muere en Zanzíbar’, novela donde aborda definitivamente la figura de Santacruz de Colle.

--Es una novela rotunda en tamaño y creo que interesante por la descripción que hace del personaje y de todos sus peripecias, incluida la ambientación. África y en concreto la costa Surgili es un lugar poco conocido para nosotros y, desde luego, enormemente interesante como pude comprobar en persona.

-Su última novela se tituló ‘Yo también fui Jack El Destripador’. En su obra involucra a Lewis Carroll en sus crímenes. ¿Pura convicción?

--Bueno, la idea de la novela es que Jack El Destripador no pudo hacer esos crímenes solo y desarrolla una tesis que tienen que ver con quién salió beneficiado de esos crímenes. Ahí interviene Carroll.

-Dice usted: “Escribir una novela es como un proyecto de ingeniería”. Y yo que pensaba que sus dos vocaciones eran caminos que se bifurcan.

--Hacer un relato, no. Pero hacer una novela sí es un proyecto donde lo más importante es tener una sólida estructura y, además, que no se vea. H