Escritor, periodista y especialista en comunicación (Sevilla, 1976), Daniel Ruiz García ha obtenido con La gran ola el Premio Tusquets de Novela. La obra representa una visión ácida de las nuevas empresas cautivadas por los mantras del liderazgo y la capacidad de superación. Un retrato de los estragos que el coaching ha dejado en algunas empresas durante los últimos años de la crisis económica.

-El escritor más joven que ha ganado el Premio Tusquets de Novela. ¿Eso dice algo?

-Si a los 40 me puedo considerar joven, quiere decir que la literatura te hace una especie de halago.

-‘La gran ola’ es una ácida visión sobre el infierno del mundo laboral y de la empresa.

-Yo diría que es una novela sobre el retrato de nuevas formas de miedo, de terror. Es un tratado sobre el miedo y sobre las nuevas formas de depredación dentro del mundo laboral.

-El mundo del trabajo es poco novelístico. Salvo Isaac Rosa, usted y alguno más, los personajes viven en las novelas sin que el condicionamiento laboral aparezca por ninguna página.

-Decía Almudena Grandes que hubo una época en los 80 donde en muchas novelas las mujeres eran galeristas de arte. Efectivamente, yo creo que ha habido un tiempo en que el trabajo no ha sido considerado objeto literario, pero al final es donde pasamos, en el peor de los casos, más de la mitad de nuestro tiempo de vida.

-Trata con cinismo el fenómeno del ‘coaching’ asociado al mundo laboral. ¿Se trata de una tomadura de pelo o de otra forma de maltrato, de explotación?

-Yo creo que las dos cosas. Es una tomadura de pelo extraordinaria que al final esconde una legitimación de un maltrato laboral.

-Escribe en la novela: «… todo el empeño de Estabile era mezclar trabajo y vida, sustituir vida por trabajo, convertir la vida en trabajo, y encima hacer de aquello algo feliz». ¿De eso se trata?

-Sí, efectivamente. El coaching lo que pretende es, en lugar de buscar felicidad en el trabajo, es buscar empleados dóciles y plenamente asertivos, dispuestos a abrazar la positividad sin ningún tipo de cortapisas.

-Crisis, precariedad, paro, ‘coaching’. ¿Esas palabras pegan tan bien juntas?

-Yo creo que constituye una tormenta perfecta, porque al final todo es un conglomerado de desdichas que se juntan de manera muy sutil para acabar en hacer a las personas más desgraciadas.

-Su protagonista, Julián Márquez, está al límite. Problemas domésticos, de trabajo. ¿Qué ocurre cuando casi nada cuadra en la vida?

-Que llevamos una vida infeliz, que es lo que le ocurre a los personajes en la novela, que al final hay disfunciones que tienen que ver con la tremenda infelicidad que soportan en sus vidas, en buena manera derivado de su relación con el trabajo.

-Son cada vez más las empresas españolas que viven cautivadas por estos saludables mantras de la motivación.

-Sin duda. Yo creo que se ha convertido en una fabulosa industria, que en todo caso va a llegar un momento que pinche, porque al final está constituyendo una nueva burbuja.

-Tiene en común con Juan Marsé el gusto por el humor y el interés por la realidad social. ¿Algo más que decir?

-Hombre, que me comparen con Juan Marsé es a lo que uno más puede aspirar. En ese sentido, que él hubiera estado en el jurado del premio ya es para mí en sí mismo un premio.

-Siendo generosos, dice, no hay ni diez personas en toda España que vivan realmente de sus libros. No me diga que en España tan poca gente vive del cuento.

-(Ríe). A mí me encantaría vivir del cuento, pero me parece que voy a tener que seguir viviendo del lado más prosaico de la vida y del trabajo.

-El Premio Cervantes para Eduardo Mendoza. ¿Sintió un subidón de cerveza?

-La verdad es que me tomé unas pocas cervezas en su honor porque me encanta que, por una vez, aunque se haya equivocado el jurado, se premie el humor. Porque la verdad es que Eduardo Mendoza es un referente absoluto y parece que todas las críticas le afean la parte del humor, cuando yo creo que es una cosa… El humor tiene un desprestigio tremendo. Y no lo entiendo. Y Mendoza es un referente absoluto.