De pronto, esta misma mañana, escucho la vieja copla, perdón, quería decir la copla antigua, que no es lo mismo: «Y en Cordobita la llana / hay una reja floría…» Era, es verdad, Córdoba la llana, pero ¿y esa Sierra Morena, la mas morena del mundo, que empieza aquí mismo y que a mí me gusta tanto? La otra noche, volviendo del sur, ese sur del que nunca me voy del todo, por no decir nunca, veo blanquear las ermitas, en el oscuro de la montaña sagrada… ¿O sería el blanco resplandor de las calaveras que un dia acaricié antes del escalofrío? «Como me ves yo me vi...» No quiero seguir.

Como casi todos los días, me trae el cartero el sobre con la buena nueva de otro libro, otro, (¿cuántos van ya, maestro?) de Julio Merino, el libro que no cesa, y Pilar Redondo, que se llama Penélope, la reina tejedora. Por cierto ¿cómo se escribe un libro a dos manos, maestro? ¿Quién pone el corazón y quién la cabeza?

Mi recuerdo a aquellos hermanos Álvarez Quintero, de aquí cerca, ya saben, a los que acabo de leer en la entrevista colosal, como siempre, de José María Carretero, el maestro que fue El caballero audaz, de aquí mismo, como saben. Es un libro sepia que está lleno de vida y de historia al mismo tiempo, como mi particular, aunque ya no me quiera, el maestro Cuenca, para el que pido una calle, ya, en Córdoba…

Quiero enviarle desde aquí un abrazo muy fuerte, aunque sea de papel, a mi buen amigo Rafael Carrillo y a su esposa Mary, por el adiós de la niña, que casi como quien dice la vi nacer y crecer a través de la palabra de los suyos, aunque fuera en la distancia. El otro día me llamo José el de Las Tinajas de Granada al que yo llamo el Duque de Montefrío, para contármelo. Rafael, mi viejo y querido amigo, a vosotros que me disteis tanto, este recuerdo en mi perol hoy con una gota de tristeza..

Pero hay que seguir, que no hay mas remedio. Adelante, que no decaiga… Veo una foto de la Córdoba iluminada en un periódico lejano, que me trae como una hoja el dorado de esta tarde, veo la Córdoba al otro lado del puente legandario, la catedral mezquita, o mezquita catedral, que Dios tiene tantos nombres, y la veo iluminada, espléndida, uno de los mejores sitios para verla… bajo un cielo lleno de las mejores y mas lindas estrellas de la tierra… ¡Ay mi periódico de Córdoba! Lo recibo en el día, y de papel, que es como me gusta. Y me asomo a ese otro patio de columnas que es por dentro, con el fruto de la naranja en flor, aunque a veces sea amarga...

Me gustaría tanto, tanto, créanme, dar nombres nuevos, que no están en nuestro archivo fotográfico, y bien que lo siento, porque son tantos y tantos… Como este libro que me mandan, gracias, del poeta Vicente Núñez, que es lo que leo por las noches, después de mi operación de doble catarata.

Porque es una catarata de lo pequeño este cantor de la plaza octogonal, donde aquel vino en rama sabía a su verso… y aquella memoria mía. «Aquí no damos tapa, señor. Aquí la tapa con este vino que usted bebe, es la palabra… la conversación es lo que manda»

Córdoba la llana, esa Córdoba que cada día recibo porque traigo fritas a las inmobiliarias, porque siempre busco Córdoba, no para verla pasar sino para quedarme. Por eso vuelvo a leer ese libro de mi buen amigo Antonio Enrique que se llama El laúd de los pacíficos, donde intenta definir a su brillante y profunda manera, la ciudad y la tierra de la que escribo, todas las semanas…y a la que define: «Córdoba inmortal, arcangélica, Córdoba ascética, ingrávida, dolorida y esplendorosa». Córdoba la llana, Córdoba, añado, alta, ingrávida, grave y arcangélica, Córdoba del convento y de la plaza, Córdoba de la calle profunda, que alimenta el verso, Córdoba de los poetas. Siempre me paso el día preguntando por Córdoba, será mi oficio, mi beneficio… ¡o quizá un maleficio!

Lo diré de una vez: Córdoba, mi quería, aunque lleve el anillo de boda de Granada. Tengo el corazón partío, como en la copla. Córdoba para mí tan posible y al mismo tiempo imposible, como esa guitarra, oscura y clara, la prima y el bordón de nuestro Vicente Amigo, que se ha llevado el Giraldillo de Sevilla, siendo como es de Córdoba, y eso que en Sevilla, en cada casa hay alguien que toca la guitarra!

¡Ay, Córdoba! Que me tienes frito, en un suspiro, como cuando dice la copla del título aquello de «hay una reja floría...» Córdoba la llana, dice, con tantas veletas y San Rafael, a ver si no, como Rafael Cremades, el pregonero de las peñas de este año, que por tener tiene un San Rafael en la veleta de su casa en el corazón de Triana. A ver cuando lo hacemos académico. Se lo merece.