Vieja canción, incluso antigua película, pero de plena actualidad, al menos para mí, aprovechando para decir que a veces no lleva razón el refrán, incluso el refrán que es siempre verdadero. Aquel que decía: «La distancia es el olvido».

Rigurosamente incierto, al menos por esta vez nos reúne este último domingo de agosto. Porque es lo que yo digo, ¿a qué se debe el milagro para que para uno que ha visto tanto mundo sea Córdoba la que siempre va por delante en mi memoria, en mi recuerdo? ¿Por qué siempre me acompaña, como un zorzal en el hombro, ese olivo roto que viaja siempre conmigo como si formara parte de mi viejo cuerpo?. A ver si no. Por ejemplo. Si veo en el Hola que Froilán besa en la boca, más bien «piquito», a su novia casi oficial, pues es lo que yo digo.

--Natural, chico listo, su novia es la heredera de la enorme fortuna de su padre, el dueño de Pozo, que por tener tiene hasta una isla que yo he visitado en su día hace tantos años, en la isla aquella del Mar Menor cuando la dueña era la familia de Natalia Figueroa, la esposa de Raphael, de Jaén como ustedes saben, o sea, de aquí cerca.

Pero hay más, claro que sí. Si se habla de ese chico al que llaman ‘El Cordobés’, hijo de Tomasa, el yihadista de Alcolea, que hemos visto ya tantas veces, porque a pesar de la barba, del pelo, el acento le delata en la falta de eses al final de las palabras plurales, pues me sienta mal, como si de mi gente hablaran, de mi gente cordobesa, digo, y reniego y me repliego, y defiendo a la tierra que si no me vio nacer, sí que me ha visto crecer, aunque crecer sea mucho decir, dado que a ciertas edades lo que se hace es menguar.

Pero es que hay más todavía. Como estoy por tierras cartageneras, les aviso que me cuentan que la próxima novela, para el otoño que llega, de Pérez Reverte, que es de la tierra en la que más que navegar me sostengo en una de las playas, magníficas, de Isla Plana, se llamará creo que Lola, y espero no equivocarme. Así que sigo reuniendo historias. Por ejemplo, siento bien cerca la historia que a veces no entiendo del todo de Juana Rivas, que me tiene el corazón partido en dos mitades, una por la ley, otra por la madre. Y espero a ver qué pasa mañana. Y luego, por estar en lo actual, ayer tarde fue la gran manifestación de Barcelona. Yo también voy, como tantos de nosotros, eso sí, a ver si encuentro sitio donde además pueda gritar. Aunque yo tengo miedo, poco, pero miedo, porque es de humanos tenerlo, pero lo importante es disimularlo. Ya saben cómo, viendo volar los pájaros de la tarde. Y que no nos falten cordobeses, que nos vienen tiempos revueltos. Y no por culpa nuestra, aunque en parte lo sea. De pronto, pasa una nena linda, morena, que además lleva una camiseta que dice «Soy cordobesa». ¿Qué pasa? Oigan, es una provocación, si bien es buena, muy buena, porque además parece escapada de un cuadro de los que tiene mi Mercedes Valverde en su museo de Julio Romero de Torres. Pero se me va, porque corre haciendo footing. A ver si mañana estoy atento y ella viene más despacio.

Que ayer, entre las chicharras, tierra adentro, acudí a un mesón que se llama Blas, donde hacen el arroz con caracoles y conejo de monte, que es una especialidad. Le pregunto si conoce el secreto del perol con caracoles, y él me responde que sí, porque lo que hace es un perol a la murciana, cerca de donde está la Zodía, que es donde crece en el fondo del mar, matarile rile rile, la poseidona, la planta más antigua de la tierra misma. Y me dice.

--Yo hice la mili en Cerro Muriano, señor Medina, y sé cuál es el secreto del perol. Es la mano que lo hace, y que sea de Córdoba, siempre.

O sea. Fuera hay un grupo de damas, otoñales y bellas, que vienen de Totana a comer el arroz de la casa. Les pregunto, claro, por Bárbara Rey, no faltaba más. Luego me hago un selfie con todas ellas, que me aclaman como si fuera un extrahumano, llegado de otra galaxia. Y aprovecho para a la vuelta escuchar a Bisbal, que es de por aquí cerca. Y lo comparo con nuestro Fosforito. Me quedo con el de Puente Genil. Con el paisano, al que la última vez que por ahora escuché fue aquí en Murcia, también es casualidad, aquella noche de La Unión, donde me han contado mientras me echaba al cuerpo una sardina asada:

--Es que en La Unión, en el festival del cante de las minas…

--Que sepa usted que yo pregoné por vez primera hace cincuenta años…

--Cierto, pues hay mucha, pero que mucha Córdoba, porque para minas, las nuestras del Soldao…

O sea, siempre comparando, acercando las distancias. Arrimando. Córdoba en mi corazón, no puedo, ni quiero, remediarlo.