Era aquel cantor medio ciego que veía con la palabra. Fue en Puerto Rico, frente al Yunque recién vuelto de la mar azul. Qué bien que recuerdo aquello que un día escribió ni más ni menos que el maestro Antonio Machado:

-Desconfiad de los mares tranquilos porque la guerra está debajo.

Más o menos. Lo recuerdo mientras veo cómo el duque de Alba, que a mí me cae muy bien porque además se parece mucho a su madre la duquesa, tan nuestra, siempre de actualidad, y se asemeja a su padre al que tuve el gusto de conocer y de entrevistar incluso… y le veo tranquilamente llegar al AVE despojarse del blazer, que ahora se lleva mucho, y doblarlo, colocarlo arriba, donde la breve maleta de ruedas… y sentarse en camisa con unos elegantes tirantes, como quien no quiere arrugarse.

Y es simpático pensar que esta misma mañana he visto en la tele cómo el rey Felipe VI trabaja también en su despacho de La Zarzuela en camisa, con los tirantes, al pie del cuadro del viejo rey Carlos III, que alguna vez yo he visitado, eso sí con el padre don Juan Carlos. Me hubiera gustado mucho -no saben cuánto- acudir a la subasta del rastrillo de su hermana Pilar de Borbón, aquella que un día me dijo:

-Mira, Tico. Te diré una cosa: la corona, para mi hermano, que yo ya tengo bastante con la mía. Porque la mía es la corona blanca de los viejos, los que ya hemos vivido tanto.

Muchos nombres más por el camino verde, que un día estuve a punto de hacer en compañía de Manuel Piedrahíta, al que leo con tanto gusto aunque solo sea un día a la semana en su colaboración de nuestro periódico. Recuerdo aquel otro camino; aquel no era verde, porque era amarillo, en su Vespa por La Mancha para el diario Pueblo. ¿Te acuerdas querido Manuel, mi viejo amigo?

Y más cosas desde luego. Sandra Ibarra, que sigue luchando contra el cáncer y que ha sacado un libro bellísimo en el que cuenta historias de aquellos héroes callados, desconocidos, que siguen luchando contra el gran cangrejo, aquel hioputa, que decía siempre Lola Flores cuando escribíamos sus memorias, y ella ya estaba habitada por el monstruo.

Veo el nuevo gran lanzamiento que se está haciendo a India Martínez, la nueva y la de ayer, como ella misma se llama, que siendo distinta es la misma. Personalidad, verdad, voz y sentimiento, la cultura de la sangre, que escribía Federico García Lorca.

Eso sí, confirmar que el otro día, o mejor dicho la otra noche, lució el sol de Arantxa, la mujer del torero Finito de Córdoba, en una de esas fiestas que convierten a Madrid en Hollywood.

Y me cuentan de la actuación el otro día, la otra tarde, de El Carpeta, el más pequeño de los Farrucos, bailando en Canal Sur, donde me encuentro con tanta gente de nuestros pueblos cordobeses que siempre me reciben con tantísimo cariño.

Mucha de la culpa la tiene El Perol, palabra de honor,

Y continúo por este camino verde entre olivos, que antes fue vía de tren.

Nostalgia siempre bienvenida, que me acaban de contar que Josefina Molina está escribiendo despacio lo que pueden ser sus memorias, sus recuerdos.

Y no olvidemos a Bo Dereck, que ha reaparecido después de 25 años -25 años, suspiro- montando en aquel caballo blanco que un día compró en los altos de Córdoba, junto al Océano Pacífico en su rancho de la costa americana.

¡Cómo me gustaría tener un cortijo!, me dijo cuando por aquí anduvo haciendo Bolero y yo la entrevisté. Y yo le respondí:

-Pero si ya tiene usted un rancho en California.

-Sí, pero es diferente. Tanto es así que le he puesto de nombre El Cortijo.

Porque no debemos olvidar, pobre Manolo Escobar, que le acaban de encontrar una hija nueva; como lo de Chiquito de la Calzada, que ahora lo vuelven a nombrar entre otras razones, porque sigue estando vivo, en ese camino verde, que va a la ermita, que va a la ermita.

O a Las Ermitas en nuestro caso concreto, aunque ahora se suba mucho para mantener la figura; la del cuerpo vale, y la del alma, también, que las dos cosas conjuga, reúne, nuestro camino verde, el mío y el suyo juntos, dos veredas paralelas donde solo las separa la hierba, y a veces el cardo seco tan bello, de lo pasado.

Y es que a veces de cursi parezco insoportable. Es el otoño que no termina de irse del todo, con la falta que nos hace, aunque tengamos que hacer el caminito verde a la sombra de un paraguas.

Eso sí, como unos que yo he visto en Madrid que llevaban la Mezquita de Córdoba grabada.