Caballo que no cabello, que no equivoqué el titular. Caballo de ángel, en el tiempo del caballo que yo no quiero olvidar. ¡He escrito durante tantos años el romance del caballo, suelto, en el campo, desnudo, cuando relincha...¡ Por cierto, querido Manuel Piedrahita, mi viejo amigo y maestro, que el otro día, en este mismo periódico nuestro, vas y escribes de aquel viaje de Madrid a Lisboa, a caballo, etc… Te olvidaste del Medina, que es un servidor, y que también fue contigo, con Gamero cívico. Claro, largo viaje hasta la capital portuguesa, en la que en vez de venir tú conmigo, yo viajé contigo... Pero a lo que voy. ¿Dónde podría yo encontrar, por favor, aquel cartel de nuestros caballos de Córdoba, para enmarcarlo y tenerlo junto a mí, en mi lejanía que ya se acerca, junto al otro cartel de toros que tengo tamaño de los de entonces? En la misma cercanía de otros dos toreros de historia y compadres míos, como son, más que como eran, El Cordobés, el quinto califa, y Curro Romero, al que el otro día vi durmiendo en el AVE, y no quise despertarle por no entretener sus sueños. Todo me viene a cuento, por dios, para abrir la crónica, no olvidemos la foto del niño Gabriel, que ha sido el nombre sin duda de la semana que se ha ido, tan cerca de lo nuestro, aunque ya esté tan lejos…

Y además, insistí, acabo de morder un pastel cordobés, de los de cabello de ángel. ¿Por qué me despierta el sabor, el olor, el amor, en fin, de la Córdoba de todos los tiempos? Claro que es el caballo de ángel, aquél de Lola Flores, que, lo he contado alguna vez, el día de lo de Manolete --no me canso de escribir su nombre, aunque sé que a muchos les fastidia que lo haga, pero Manolete es Córdoba, sin duda--. Bueno, pues me contó que el día aquel de agosto del cuarenta y siete, de pronto, tendidos en la hierba que venían de San Sebastián, Manolo Caracol y ella, como siempre entonces descansando antes de entrar en Madrid; de pronto, Lola da un salto y le dice al cantaor formidable: «Manuel, vámonos corriendo, que algo le ha pasao a Manolete, que he visto caballos negros en el cielo…».

Pero también hay caballos blancos y bellos, y los caretos, que tanto me gustan, a veces también los sueños. Ese libro que nunca hice de los caballos de América, que sin ellos no se hubiera podido hacer ni más ni menos que el Descubrimiento… Menos mal que tengo a mano el último libro sobre los caballos de toda la vida, de toda la historia, los caballos dioses, del maestro Julio Merino, que me envía una invitación para lo de Munda, que sin los caballos, claro que no lo podrían haber hecho los romanos, a los que tanto debemos, que lo cortés no quita lo valiente.

En fin, memoria, recuerdos, que a veces no son toro que te embiste, aunque a veces también quiera uno ser mejor un caballo que galopa. El viaje que hice de cinco días por las montañas del Mayorazgo de Castellón, junto al señor de los caballos apalusas, Manuel Elizalde, yo a caballo, que aunque me duele el espinazo al recordarlo, pero ojo, que se ve desde lo alto de la silla el mundo de otra manera, la tierra más verdadera..

Aquel manchego que pintaba los caballos, blancos, como Fujita, o mejor, que el japonés, la foto ahí cerca mío, entre los libros, de a pie, junto a la Duquesa de Alba, llevando en brazos a una niña que no es otra hoy que la niña Eugenia, duquesa de Montoro.

Y la alegría de saber que uno de los que más saben, de los que más sienten de los caballos en el mundo entero es ni más ni menos que nuestro campeón olímpico de Castro del Río.

Y ayer mismo, que veo que va al programa del viernes de los niños, que dicen las verdades como si fueran grandes, o más, y me dicen que va Cayetano, también de la familia de los Alba, y que tanto sabe de caballos, caballero, aunque no vaya a caballo, y se me ocurre decirle:

-- ¿Se llega a querer más a una yegua que a una mujer?

Que me respondería, seguro- que sí, «más, mucho más, incluso». Y espero que no me llamen machista, que ahora por cualquier cosa... Y que además, en su día recibí una felicitación de Brigitte Bardot, cuando escribí en París de ella para el Hola: «Tiene ojos de yegua enamorada». Con permiso de la yegua, claro. O exceso de metáfora... Crónica, pues, de domingo, con sabor más que a caballo de ángel, a cabello de ángel. Y no para presentarlo a concurso alguno, sino para mi sabor personal. Que eso de montar a caballo y lo de nadar y guardar la ropa es algo que me voy a llevar al otro mundo. Y además, ya lo he dicho, el niño Gabriel de Almería tenía, tiene, nombre de arcángel, como el nuestro, que además, esta ahí arriba, coronando el paisaje y ¡con un pez en la mano¡. Hermosa coincidencia.