No hay mal que 100 años dure -ni cuerpo que lo resista- y llegó la primera victoria del Córdoba en El Arcángel en la actual temporada. Lo hizo en un momento anímico y de juego tirando a gris marengo, ante un rival que llegaba con vitola de aspirante claro a los puestos de eliminatorias de ascenso y con alguna baja significativa en su once titular. Y ya se sabe que al Córdoba, desde siempre y tanto para bien como para mal, le gusta realizar un regate al destino en el último momento. Pero la victoria, siendo buena, dejó algunos detalles que bien se haría en anotar con tinta indeleble para construir el futuro aunque ello suponga romper con otros del pasado reciente.

Aunque la mayoría se quede con el triunfo, así, a secas, el primer valor a resaltar de este Córdoba fue el de dejar la portería a cero, porque hay que insistir en que no es lo mismo ganar 1-0 que 5-4. Ejemplo baste, precisamente, el del encuentro ante los chicharreros. Se falló un penalti al filo del descanso y el encuentro, a pesar de la depresión momentánea, continuaba estando a un solo gol. Eso pareció entenderlo Sergi Guardiola, que se repuso a ese lanzamiento horroroso de penalti para enganchar un zurdazo desde la frontal del área 20 minutos después y cambiar el panorama del choque. Precisamente, cuando ya los blanquiverdes no daban tan buena imagen como lo hicieron en el primer tiempo.

El segundo concepto a poner en valor fue el de la tranquilidad defensiva. Sin Javi Lara en la medular, Carrión apostó por cambiar el sistema. No sólo puso a dos delanteros, sino que los dos de dentro, Edu Ramos y Sergio Aguza, completaron un encuentro más que consistente, facilitando el trabajo a los que tenían justo por detrás, ayudando a que las líneas se mantuvieran juntas y teniendo el balón justo como para conectar con sus bandas, principalmente.

Posiblemente a este equipo le haya hecho daño el discurso de «jugar bien», que muchos entienden como dar espectáculo y otros, escépticos, reprochan al escucharlo que entienden que la intención es «jugar al tiqui taca», reclamando menos pico y más pala. El Córdoba, ante el Tenerife, jugó bien: no tuvo lagunas ni problemas, tanto en el juego defensivo como en el ofensivo, y en éste no necesitó brillar especialmente para imponerse a un rival que, todo hay que decirlo, defraudó completamente con respecto a otros encuentros de esta misma temporada. Posiblemente, algún mérito tuvieron los locales en conseguir que los isleños decepcionaran.

El tercer concepto abarca a tres individualidades: la primera, Kieszek. El polaco necesitó aparecer en dos ocasiones, pero ambas fueron en momentos clave. Una, cuando se llevaba apenas un minuto de juego al despejar un disparo de Malbasic; la otra, en otro disparo raso y envenenado de Víctor Casadesús en el minuto 71, cuando el marcador reflejaba un 1-0. Confirmó que le pertenece la portería. La segunda, Jona Mejía. El malagueño volvió a mostrarse como un delantero que da segunda opciones a una jugada de ataque, que aguanta bien a los centrales rivales, que tiene al menos sus dos oportunidades por encuentro... Y que brilla más con alguien al lado, lo cual lleva a la tercera individualidad. En este caso, por silencio, ya que Javi Lara fue el hombre que provocó todo esto con su salida obligada del equipo. Algo de lo que se hablará en las semanas que esté fuera y también cuando pueda volver. Completamente legítimo después de la consistencia que transmitió el Córdoba, sobre todo en el aspecto defensivo.

Así, el equipo de un Carrión que varió el sistema arrancó con ritmo y con síntomas de andar enrabietado por lo ocurrido en Barcelona. Le dio un sustito el Tenerife nada más empezar, pero esos primeros 20 minutos fueron lo mejor que se ha visto del Córdoba en la temporada. Presión alta al adversario obligándole a mandar muchos balones en largo, en ocasiones recuperación en campo rival y rondando el área de Dani Hernández. Es cierto que a este Córdoba le cuesta llegar con claridad al arco del enemigo, pero al menos ayer logró generar un par de ocasiones claras que merecieron terminar en gol. Una media vuelta de Jona a los cinco minutos, otro cabezazo del malagueño que se cruzó en exceso y un golpe franco de Alfaro con rechazo que, de nuevo, Jona no consiguió embocar.

El penalti de Guardiola transmitió la sensación de que el Córdoba, además de llegar poco, tenía el objetivo desenfocado.

El último detalle a resaltar fue que el equipo de Carrión no se descentró ni se entregó al fatalismo. Cierto es que la segunda parte fue más floja que la primera, pero lo básico se mantenía: la tensión competitiva, las líneas juntas y aquello de que lo que no puedas ganar, no lo pierdas. Pero Guardiola se rebeló contra el destino blanquiverde y contra el suyo propio con ese zurdazo casi en el ecuador del segundo acto. El Tenerife apenas supo reaccionar con una respuesta de Malbasic y la referida anteriormente de Víctor Casadesús en un encuentro que exhalaba desde el inicio un dominio claro blanquiverde.

Los cambios realizados por el preparador cordobesista fueron certeros. Sobre todo porque nada cambió y acabaron por terminar de ahogar a un Tenerife que en ningún momento supo cómo meterle mano al encuentro.

El gol de Caballero al filo del pitido final solo corroboraba lo visto durante todo el encuentro: la superioridad de un Córdoba más serio y compacto que lo visto en el mes anterior ante un flojo Tenerife. La victoria era un hecho y, lo mejor, ésta llegaba con varios pluses para meditar en el futuro inmediato.