Podría haberme quedado sin escribir, nadie lo hubiera notado. Podría haberme callado, no proponer esta página. No decir adiós. Sé que me hubiera arrepentido. Hay que saber cerrar las etapas.

Es curioso porque tengo dos columnas enteras y, sin embargo, me cuesta avanzar, como si midiera más de lo normal cada palabra.

Es curioso porque al escribir Jornada 42 en lo alto de la página he sentido cierto alivio. Llevaba semanas, más bien meses, deseando escribir ese número. Había días que acababa el partido y llegaba al periódico exclamando, ¡venga, una menos!

42 son muchas jornadas, alguien debería acortar esto.

Pensé que no iba a llegar nunca el final, y ahora que está aquí, escribo como si no quisiera escribir. Cada vez que le dé al intro estaré consumiendo lo poco que queda de este curso.

No es fácil cerrar ni siquiera las etapas que nos han hecho daño. Nos resistimos por una especie de masoquismo, o porque no nos atrevemos a cambiar o porque nos da miedo romper con lo que creíamos irrompible.

Reconozco que en algún momento he estado cerca de abandonar, días en los que se hacía muy pesado salir del placer de mi salón, noches de domingo en las que me planteaba si merecía la pena sacrificar la manta y la cena a una hora decente.

Deseaba que llegara el final.

No fallé ni un solo día. Durante 41 fines de semana, en casa y fuera, y quizá por eso quería acabar, llegar al 42.

Les habrá pasado a muchos de ustedes. Los que han vuelto a sacrificar un sábado, y esta vez sin aliciente alguno, con el único estímulo de gritar, de mirar al palco y desgañitarse contra aquellos que no saben cerrar etapas, que aguantan aquí como esos matrimonios que se mantienen pese a no soportarse.

Él no da caricias.

Ella no las aceptaría.

Así se escriben muchas relaciones.

Durante toda la semana llevo pensando en el desahogo. Creía que me iba a salir toda la rabia, que iba a despotricar contra los directivos, los jugadores, el entrenador, contra el fútbol entero.

No me sale.

No digo que me invada la pena, pero tampoco el rencor.

Nos lo han hecho pasar fatal, no estábamos preparados para esto, pero llegados a este punto no me sale echar nada en cara.

Tampoco pienso en septiembre. Pensar en Jornada uno... ahora mismo no podría.

No.

Se me revolvería todo, me entraría incluso ansiedad.

Quizá todos necesitamos el verano, salir y olvidarnos, no leer prensa ni mirar en internet, obviar los fichajes, no ilusionarnos con los rumores.

Es necesario volver a crear ganas. Las ganas se generan construyendo espacios que nada tengan que ver con la rutina.

Hasta acabar echándola de menos.

No sé cuántos se quitarán de en medio. Ahora mismo mi depósito está vacío, pero confío en que el paso de las semanas lo vaya nutriendo.

Si están leyendo esto, si ayer estuvieron ahí, hasta el final, imagino que lo tienen claro. Que seguirán. Lo harán con cara de enfado, de asco, a regañadientes, que antes echarán pestes y se harán de rogar, pero que seguirán.

Imagino que si yo sigo aquí, también seguiré.

No lo sé.

Hay mucho desgaste.

Lo hubiera dejado ya, pero hay algo que me engancha.

Ya son muchos años.

¿Qué me engancha?

Sea lo que sea, lo importante es no depender de nadie. Yo no lo voy a dejar porque una persona pretenda adueñarse de algo que llevo queriendo veinte años, que vi y sentí mucho antes que él. El día que me vaya será solo y exclusivamente por mí.

Mientras tanto podrá seguir sin darnos caricias. Ya se cansará.