La imagen del Córdoba ayer, en el Heliodoro Rodríguez López, hiela la sangre del más optimista. En una entrevista publicada también ayer en este periódico, el presidente del Córdoba, Jesús León, aseguró que no pensaba «en otra cosa que en la salvación». Aunque esta es una meta compartida por la nueva propiedad, la afición, los jugadores y los medios de comunicación, la dura realidad vivida ante el Tenerife no deja apenas margen para la fe.

Porque ya no es cuestión de razón sino de creencia, casi de religión, creer que este equipo puede salvar la categoría de plata. Deportivamente, la fragilidad es absoluta. La defensa demostró una pasividad y falta de contundencia apabullantes, el centro del campo navegó inerte, comandado por un Javi Lara que demostró que no está, a día de hoy, para jugar en Segunda. Cuando un equipo te gana por cinco goles a uno y lo poco salvable de tus jugadores es el portero y el delantero, esto dice mucho de la situación actual del Córdoba. Kieszek paró un penalti y salvó varios goles claros de los delanteros locales, mientras que Sergi Guardiola volvió a anotar otro gol, su decimocuarto en lo que llevamos de Liga. Pero en conjunto, este Córdoba huele que apesta a Segunda B. De los fichajes, pocos aportaron ayer algo en el estadio tinerfeño. Narváez lo intentó y se asoció bien con Guardiola cuando el equipo pudo romper la dura presión de los canarios. Sorprende el nivel de Aythami y Valentín en defensa. La zaga de ayer concedió las mismas o más ocasiones que anteriores onces en los que jugaban Joao Afonso o Josema. Por no hablar de Caro, que fue sobrepasado en el lateral derecho, una y otra vez, por un joven Álex Mula.

Le hecatombe cordobesista en Tenerife, por cierto, podría costarle el puesto a un Jorge Romero que sale cuestionadísimo de las islas. El técnico cordobés recibió un claro reto por parte del director general deportivo, Luis Oliver, que la pasada semana cuestionó por su juventud al aún entrenador del Córdoba. Ayer se vio sobrepasado ante un debutante en Segunda, Etxeberría, y no sería una sorpresa que fuese cesado hoy mismo, a la vuelta del equipo cordobesista a casa. La cuestión es: ¿Habrá algún entrenador capaz de querer coger este barco a la deriva? Y otra pregunta: ¿Puede sea quién sea el que asuma este reto, cambiarle la cara a un equipo al que otros tres técnicos no pudieron enderezar? El Córdoba, pese a que nos duela, tiene una pinta malísima, huele a cadáver en descomposición, y tal vez en la planta noble del club se debería comenzar a trabajar en la próxima temporada, que salvo milagro, será la del intento de volver a la Segunda División.