En los prolegómenos del partido ante el Albacete, la cara de El Arcángel era tan distinta a la de citas anteriores que parecía otro estadio. A menos de media hora para que comenzase el choque, cientos de personas guardaban cola con la ilusión en los rostros, a fin de lograr una entrada a precio reducido para entrar a ver al nuevo Córdoba, el que comanda ahora Jesús León, nuevo propietario del club. Muchos aficionados reconocían que llevaban semanas, e incluso meses, desconectados del equipo y sin acudir al estadio. Ayer fue distinto. Vinieron varios miles más, y lo hicieron, lo que es más importante, con una renovada ilusión que se contagiaban entre ellos. «Vamos a lograr la salvación». «Hoy (por ayer) ganamos». «Menos mal que al final se hizo la compraventa».

Nada, ni siquiera una primera parte más que discreta, podía arruinar esa ola de optimismo que brotaba en las gargantas de los hinchas, con el «sí se puede» como estandarte de una salvación que ahora parece más posible que hace tres días. No solo porque está tres puntos más cerca. Sino por el estado de ánimo, por la creencia en ello de los socios y aficionados, que hasta hace una semana creían que el barco se hundiría sin remedio.

De hecho, el speaker del coliseo ribereño se explayó en pinchar viejos clásicos, todos con mensaje, en la megafonía. Primero se lanzó con un «Hoy puede ser un gran día», de Joan Manuel Serrat, para seguir con «Happy» (buena definición de las sensaciones de los cordobesistas presentes ayer en el estadio) y «Don’t stop me now». El «Sobreviviré» de Mónica Naranjo, muy bien traído dada la situación clasificatoria que vive el equipo, fue la penúltima canción antes del himno, puesto que el público se animó a corear el «Libre» de Nino Bravo, antes de que los jugadores saltasen al campo.

Tras la salida de los González, libertad y tranquilidad son dos de los adjetivos que más se acercan al estado de ánimo del cordobesismo, que ayer fue una masa unida que apoyó, y de qué manera, a sus jugadores. Nada de abucheos, ni de silbidos, ni de grupos de animación peleados entre ellos. Lo que era una triste tónica habitual en jornadas pasadas murió, en el mismo momento en que los anteriores propietarios firmaban la venta de sus acciones a Jesús León. Con el himno del Córdoba, cual cantante de rock, salió al palco Jesús León, acompañado por la alcaldesa de Córdoba, Isabel Ambrosio, y por el primer teniente de alcalde, Pedro García, que antes del comienzo del partido volvió a su asiento en la preferencia de El Arcángel. La gran mayoría de la afición, en ese momento, se levantó y aplaudió con resueno al nuevo propietario del equipo, que respondió a esa calidez con gestos de cercanía y pulgares levantados. ¡Qué poco hace que anteriores propietarios eran recibidos con silbidos, cánticos y abucheos en su contra! Y sin embargo, parece que ha pasado un mundo de diferencia.

Aunque el cambio se produjo hace pocos días, el ambiente parece que ha mutado con montañas de diferencia. Afición, jugadores, directiva e instituciones, unidos en torno a un nuevo proyecto. No era momento para derrotas, aunque el Albacete vendió cara su piel. El público vibraba cada vez que los futbolistas pasaban del centro del campo, y al contrario que en anteriores partidos, en vez de silbar cuando un mediocentro perdía el balón o un defensa se equivocaba en la marca, aplaudía el error y trataba de levantar el ambiente. El gol de Guardiola fue el éxtasis de la grada, que gritó como hacía tiempo que no hacía el tanto del jumillano. Con el penalti lanzado al poste, parecía que volvían los fantasmas del pasado. Las remontadas en contra, los brazos bajados, la falta de intensidad, la suerte esquiva. Pero no fue así. La providencia guardaba aún una buena dosis de nerviosismo, simbolizada en el remate al poste de la portería de Kieszek, ya en el tiempo de descuento. Pero ayer era tiempo de victoria. Tiempo de unidad. Tiempo de cordobesismo. Que la nueva era sea la de la salvación. Al Córdoba le va la vida en ello.