No. No lo veía nada claro Oltra. Se desgañitaba con los hombres más lejanos, se enfadaba con Rodas sobre cuántos debían quedar atrás en un ataque, se sentaba, se ponía de pie, volvía a sentarse. El experto era él. Y su equipo. Tanto por edad como por temporadas en plata. Pero el oro (y azul) del UCAM parecía darle otra fuerza, otro aire. El técnico blanquiverde fue el último local en La Condomina (con el Ciudad de Murcia) y el primero como visitante nueve años después, con el Córdoba. La particular peña de Deivid (pareja, hermanos, amigos con cartulinas de apoyo incluidas) se colocaban en tribuna confiando en que el partido y el resultado hubiera sido otro. Otro resultado, tanto para el equipo como para él mismo era el que esperaba el aficionado blanquiverde que tuvo que ser evacuado con la rótula más para allá que para acá. La fiesta el hospital de los compañeros que fueron con él tras el gol de Luso, escuchado por la radio, alteró el silencio hospitalario. Una salida de la otra nueva Condomina, que es la vieja pero en azul. Salvo un letrro, casi lo único en rojo que conserva, con una leyenda significativa: «salida». La salida que busca este Córdoba para no parecerse tanto en un aspecto y tan poco en el otro al de la pasada temporada. Por desgracia.

Porque el gol de Luso, a segundos del final, no tapó la realidad. No había caras de alegría en el medio centenar de desplazados. Más bien confianza en que la cosa mejore. No porque se atisben detalles para dicha esperanza, sino porque el corazón es así. Como cuando uno llega de novato y arranca un punto sin saber muy bien cómo. Lo que cuenta es puntuar. Como sea. Da igual la manera. No importa si se atisba futuro o crecimiento. No lo piensa el aficionado del UCAM. ¿Quién era el novato ayer?