Fin de ciclo. Podría comentarse, y se hará, todo lo ocurrido en el encuentro ante el Huesca, de lo acontecido en los días previos, de lo que contemplado en los alrededores del estadio, de los motivos, de la raíz para que todo esto que está ocurriendo haya finalmente acaecido, del pasado verano, de la confección de la plantilla, de ésta y de la anterior, y hasta de lo que viene, aunque se vea frío y oscuro como un túnel de cantera. Pero lo que transmite el Córdoba, tanto el equipo como el club, es que se está asistiendo a un fin de ciclo.

El tren de ayer se aleja, el tiempo pasa / la vida alrededor ya no es tan mía / desde el observatorio de mi casa / la fiesta se resfría.

La previa del choque trajo la protesta de una parte de la afición, bajo la lluvia, ante el dislate que supone comparar los discursos oficiales con lo que se ve en el campo, con lo que señala la clasificación, con lo que grita el porvenir inmediato de un Córdoba que, sin remisión, está fibrilando y, lo que es peor, ni tiene paletas para la reanimación ni, por supuesto, han querido comprárselas.

Los pocos que me quieren no me dejan / perderme solo por si disparato / no tengo dirección para mis quejas / que tocan a rebato.

En definitiva, que el rumbo marcado -de manera unipersonal- de este Córdoba es actualmente el regreso a la Segunda B si nada lo remedia. Hoy por hoy nada se ve para la esperanza, nada que pueda convertirse en un asidero al que agarrarse, aunque sea con poca convicción. Ni tan siquiera eso le queda al Córdoba y a sus seguidores. Simplemente, que ocurra algo, un milagro, porque analizando al equipo y al club, tanto desde el pasado verano como incluso desde el anterior, el actual Córdoba no es sino consecuencia de aquello, por lo que ahora sólo puede decirse que hoy por hoy El Arcángel es más un cementerio que un estadio.

Con la imaginación, cuando se atreve / sigo mordiendo manzanas amargas / pero el futuro es cada vez más breve / y la resaca, larga.

Y mientras se contemplaba la protesta en la puerta cero llegaba la convocatoria y el once de Carrión. El nuevo bandazo de Carrión. Mandaba a uno de los tres fichajes de enero a la grada. Dejaba al único pivote defensivo que le quedaba al equipo en el banquillo, colocaba a Aguza como mediocentro posicional y, por delante de éste, a Carlos Caballero y a Javi Lara. Así, de inicio, ya se esperaba que por dentro el Córdoba no iba a apretar, precisamente, que perdía capacidad de recuperación, por lo que convirtió a Samu Sáiz en una especie de ardilla atiborrada de cafeína a la que no hubo manera de meterle mano. Menos mal que el mediapunta azulgrana no tuvo su mejor tarde de cara a gol que, por otra parte, no es su objetivo.

Defensivamente, en ocupación de espacios y en capacidad de presión el Córdoba no hizo sino el partido que siempre ha hecho en esta temporada. Ni más ni menos. Sí, con algún altibajo, pero en la media, por lo que la primera parte fue un reparto de sensaciones en función de quién tenía el balón. Los primeros 10 minutitos, más del Córdoba, la parte central de ese primer acto, para los visitantes. Los últimos 10 minutitos, también para los locales. Pero ambos, blanquiverdes y azulgranas, demostraron el por qué de su situación en la tabla clasificatoria. Dos ocasiones para los locales y una para los visitantes. Y para la ducha.

Dejé de hacerle selfies a mi ombligo / cuando el ictus lanzó su globo sonda / me duele más la muerte de un amigo / que la que a mí me ronda.

Quizás el golpe de gracia se lo dio el propio Córdoba, un equipo de cartón piedra, en ese segundo acto, en el que comenzó con un puntito de postureo, nada que hiciera presagiar el gol. Al menos, no el gol local. Cualquier contratiempo derriba el castillo de naipes viejos que es este equipo, pero si además la brisa viene desde el mismo equipo...

El primer golpe lo recibió desde la banda. No es Anquela un entrenador que se distinga por ir a por los encuentros abiertamente. Tiene otras cualidades el jiennense, pero ésa no es una de ellas. A pesar de ello (¡cómo lo vería de claro!) quitó a Sastre, desplazó a Alexander González a la derecha y a Melero como acompañante de Aguilera en el doble pivote para introducir a Vadillo por la izquierda. En la banda blanquiverde nadie se enteró. De hecho, había una «sugerencia» con la amarilla de Aguza para realizar un cambio que intentara anular a un Huesca que planteaba el último cuarto de partido con más dinamismo. Pero o no se vio o no hubo agilidad o... Vaya usted a saber. Para colmo, Aguza vio la segunda amarilla y ahí se acabó el encuentro.

Dos jugadas muy parecidas, con los mismos protagonistas y con un centro del campo blanquiverde al que nunca se le vio centrado ni en el campo supusieron dos mazazos. Samu Sáiz, rápida transición y gol de Vadillo.

Todo esto, aliñado con lo sufrido desde el verano pasado y el anterior, con una segunda parte con pañolada, cánticos contra todos y con la sensación, negra sensación, de que nada le han dejado a este Córdoba sino llorar.

Llorar por algo que se creía que había quedado atrás, que lo ingresado en las últimas temporadas tenía que haberlo como un mal recuerdo. Por la oportunidad perdida que provoca que ahora, al igual que hace ocho años, este Córdoba vuelva a estar en el mismo lugar. Pero a diferencia de entonces, sin un futuro nada claro y con el ánimo de luto.

Superviviente, sí, ¡maldita sea! / nunca me cansaré de celebrarlo / antes de que destruya la marea / las huellas de mis lágrimas de mármol / si me tocó bailar con la más fea / viví para cantarlo.